Fabiola se levantó, sorprendida. ¿Agustín ya había vuelto? ¿No había dicho que regresaría hasta el próximo viernes?
—El señor cambió su itinerario para regresar —explicó Sofía con un dejo de culpa—. Hoy… le conté al señor que la señorita Vanessa había vuelto, así que por eso cambió sus planes. —Bajó la mirada—. Fue mi culpa por andar de bocona… El señor está molesto.
El corazón de Fabiola empezó a latirle más rápido. ¿Agustín se había arrepentido? ¿Acaso fue porque Vanessa armó un escándalo y se negó, así que él cambió de opinión?
Aceleró el paso rumbo a la sala, sin saber cómo iba a explicar todo para que Agustín cumpliera con lo que le había prometido. Si decidía cancelar el acuerdo de repente, seguro le iría muy mal.
Al entrar a la sala, vio a Vanessa con los ojos rojos y el maquillaje corrido, parada junto al sofá como si el mundo se le estuviera viniendo encima. Era obvio que había estado llorando.
Agustín estaba sentado en el sofá, con una expresión tan seria que el aire se sentía pesado.
Fabiola se quedó en la puerta, sin atreverse a acercarse. No tenía idea de si debía intervenir o quedarse quieta; temía que Agustín descargara su enojo con ella. Al final de cuentas, él era su jefe ahora.
—Señor Agustín… —murmuró, tensa.
Agustín la miró sin que su cara delatara enojo ni alegría.
—Discúlpate.
A Fabiola le recorrió un sentimiento de injusticia. Por más que supiera que tenía que depender de Agustín por ahora, no podía evitar sentirse mal al ver cómo él defendía a su hija preferida sin indagar en los hechos.
—Perdón… —dijo, bajando la cabeza.
—¡Perdón! —exclamó Vanessa también, aunque su tono estaba cargado de rabia y resignación.
Ambas se quedaron en silencio, atónitas. Fabiola miró a Vanessa, confundida. ¿Quién debía disculparse con quién aquí?
Vanessa la fulminó con la mirada.
—¡Chismosa! Perdón.
Fabiola no entendía nada y buscó a Agustín con la mirada.
Él soltó un suspiro, como si ya estuviera cansado de la situación.


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