—Sospecho que la información en la laptop también ya fue eliminada por él.
La mirada de Benjamín se tornó profunda. Giró despacio en su silla y fijó los ojos directamente en Petra.
—¿Y entonces?
Petra alzó la vista para mirarlo. Aunque Benjamín no había dicho nada que sonara amenazante, una presión invisible se apoderó de ella. Sentía el peso de su presencia, como si en cualquier momento fuera a desplomarse bajo esa tensión.
Movió los labios, pero no supo qué responder. Bajó la cabeza, insegura, como si solo le quedara rendirse.
En ese instante, frente a Benjamín, se sentía como una empleada que había cometido un error grave, sin nada que pudiera alegar en su defensa y sin un solo logro para respaldarla.
Inspiró hondo, luchando por organizar ideas, buscando la respuesta perfecta que pudiera darle a Benjamín. Pero antes de que lograra decir algo, el hombre se levantó de su asiento y se plantó justo frente a ella.
Petra estaba a punto de levantar la cabeza, pero él fue más rápido: extendió la mano y alzó su barbilla con firmeza.
Sus miradas se encontraron, sin escapatoria.
Los ojos de Benjamín, tan oscuros como la tinta, no delataban sus emociones, pero Petra alcanzaba a percibir el malestar que le provocaba la situación.
—¿Así que, como no hay pruebas, piensas dejar las cosas así y perdonarlo?
Petra negó con la cabeza.
—No es eso…
Benjamín soltó una risa cargada de sarcasmo.
—¿No? Si no es eso, ¿por qué no puedes responderme?
—Cuando viniste a buscar trabajo conmigo, eras de las que convencen a cualquiera. Siempre tan clara y con todo planeado.
—¿Y ahora sales con esto? ¿O será que, cuando se trata de Joaquín, hasta se te olvidan las ideas?
El corazón de Petra latía con fuerza. Las palabras de Benjamín la dejaron sin aire, como si le hubieran puesto un peso encima.
—Voy a encargarme de esto —alcanzó a decir, tragando saliva.
El rostro de Benjamín se endureció aún más.
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