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Mi Marido Prestado romance Capítulo 49

Iker le organizaba dos chequeos médicos al año, así que conocía la salud de su abuela mejor que nadie.

Susana lo miró con reproche.

—¿Qué clase de doctor es ese? Yo vi a la muchacha, se ve bien, tiene buen trato, sabe lo que hace…

De repente se le iluminó la mirada.

—Yo digo que sería perfecta para ser mi nieta política…

Iker sintió un dolor de cabeza inmediato, arqueó las cejas y contestó con voz seca:

—Abuela, cualquier mujer que vea usted viva ya la quiere como su nieta política.

—¿Y qué tiene eso de malo? ¿No confías en mi buen ojo?

—Abuela, esas cosas dependen de la química.

—¿Y cómo vas a saber si hay química si ni siquiera le das la oportunidad?

Susana no se dejó convencer.

—Tú espérate, voy a ir más veces. Cuando ya tenga confianza con la muchacha, te la traigo para que la conozcas.

—Te digo, es súper linda y se ve que…

—Abuela.

Iker sentía que le retumbaban las sienes, se sobó el estómago con impaciencia.

—Tengo hambre.

—¿Hambre? ¿Ya viste la hora? ¿Por qué no has comido? ¡Tú, espérate ahí!

Susana se levantó de un salto, dejó el bastón a un lado y caminó rapidísimo hacia la cocina para prepararle unos fideos.

A un costado, César preguntó con preocupación:

—¿Quieres que investiguemos a esa doctora? No vaya a ser que la abuela caiga en manos de alguien que la quiera engañar.

—No hace falta.

Iker tomó el tazón de medicina, lo olió con desconfianza y frunció el ceño.

—Lo importante es que la abuela esté de buenas.

—¿Y esa medicina…?

—Es como agua de hierbas, sólo le están sacando dinero a la abuela.

Iker se recargó de manera despreocupada en el sofá, estirando las piernas demasiado largas para el espacio.

—Mientras no la traiga a vivir aquí, no hay problema.

—Entendido.

César asentó, miró el celular y luego avisó:

—Señor, mañana hay reunión familiar de los Rodríguez. La señorita va a ir.

La mirada de Iker se endureció, su tono era imposible de descifrar.

—¿Cuándo ha faltado ella a una reunión?

Eleonor contestó de manera escueta, y al ver la cara de confusión de Florencia, agregó:

—No quiero que me castiguen de rodillas, el pantalón por lo menos sirve de colchón.

Florencia lo pensó y la razón le sonó lógica, aunque no entendía del todo por qué.

Desayunaron juntas y luego salieron rumbo al consultorio.

—¿No que hoy era tu día de descanso? Ya llevas tres o cuatro días seguidos trabajando.

—Sí, pero igual no tengo nada mejor que hacer, así que voy a echar la mano.

Ese día, Eleonor no quería estar sola.

El consultorio se llenaba de pacientes, y entre tanto trabajo, no le quedaba tiempo para pensar en nada más.

Por la tarde, justo cuando acababa de atender a un paciente, unas enfermeras jóvenes pegaron el grito junto a la ventana.

Estaba nevando otra vez.

Eleonor revisó la hora y se apresuró al vestidor para cambiarse y agarrar su bolso.

El pronóstico decía que hoy caería una nevada fuerte.

Debía salir antes de que el hielo tapara las calles y el tráfico se pusiera imposible. Si llegaba tarde, le darían motivo para regañarla.

El taxista que la recogió era de esos que cuentan cada peso, así que aunque el interior del carro parecía refrigerador, no pensaba encender la calefacción.

Ella iba en el asiento trasero, frotándose las manos para combatir el frío. El conductor le habló con tono apenado:

—Perdón, señorita, pero quiero ahorrar la batería y hacer más viajes.

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