—¿Te lo dijo? —cuestionó su nana al verla con las manos enguantadas aferradas a la cómoda. Harper asintió solamente. —¿Le pedirás ayuda a tu padre?
—No moverá un sólo dedo— lanzó su cabellera a su espalda. —Debo casarme con ese…asesino.
Decirle asesino a alguien cuando esa marca la llevaba también era hipócrita. Pero lo suyo no se comparaba a ir a la habitación de alguien por la noche a acabar con su vida y aún presumir el hecho.
Lo suyo fue accidental y sus manos recibieron castigo por haberlo causado. No sucedía lo mismo con el asesino de su marido y su salvación.
—Mi niña, el mundo no siempre es justo, pero tú tienes la fuerza para cambiar tu destino— susurró Winifred, su nana acariciando su cabellera rojiza, para brindar consuelo.
—¿Cómo puedo cambiar algo que ya está decidido? —dijo forzándose a no flaquear. —No soy más que una sombra en esta casa, Win. Tenía un poco de importancia con Orvyn vivo, pero ese maldit0 me quitó la única posibilidad de vivir medianamente tranquila.
El rencor en su voz era mucha. El color de sus ojos se intensificó más con ese sentimiento cobrando vida.
—No sabes cuánto voy a odiar cada segundo de este año—, apretó sus puños. —Sí tengo la oportunidad de matarlo, no dudaré en hacerlo.
—Aleja esas ideas de esa cabeza. Tú no eres una asesina —soltó Winifred con severidad. —Es sólo tu dolor hablando por tí. No te permitas comportarte como todos.
—Sí no lo hago, quién va a terminar muerta soy yo— miró a su nana. —Win, si me dejo tirar al suelo siempre, todos querrán hacerlo.
—Pero no así, mi niña —intentó hacerla entrar en razón. Harper cerró los ojos con su contacto y luego negó.
Tenía que aprender a que no siempre debía depender de otros para mostrar su valía y si era matando incluso a su marido, lo haría. Peor no sería su vida. No más de lo que ya era. Ese era su pensamiento los días que le siguieron cuando la fecha fue fijada y lo repitió para ella aún más al llegar el día.
Sin embargo, su idea podría estar errada con el sujeto que subía las mangas de su camisa hasta su antebrazo, dejando a la vista la runa que cubría uno de su piel.
Conocido por no ser alguien social, pero aún más porque su silencio era prueba constante de su desinterés por la vida ajena, fuera de su familia.
Hirieron a su madre en un ataque propiciado por Orvyn Bohemond, lo cobró y no se arrepentía de ello. Pero las consecuencias de una enemistad no se las podía permitir. Iniciar una guerra iba contra el código de los Crown y no sería el causante de una que se estaba extendiendo tanto. No necesitaba autorización de nadie, por lo que el consejero de la familia no lo requería, ni quería a los demás integrantes de la familia llevándole la contraria.
Sus cicatrices contaban muchas heridas, hechas con diversas armas y por eso su nombre jamás era tomado a la ligera. Aún más porque todos estaban al tanto de que no sentía las heridas como el resto lo hacía. Consecuencias de su insensibilidad congénita al dolor.
El vacío nada lo llenaba porque ese defecto definía prácticamente toda su vida. Aunque el médico dijo que esa condición no afectaba sus emociones, jamás había experimentado algo y eso contrariaba, según su criterio, el dictamen médico.
Mateo no despreciaba el matrimonio, pero sí que lo hacía con los que eran concertados. Su caso particularmente. Aunque esperaba que ese año transcurriera verdaderamente rápido. Suficiente tenía cómo para soportar las constantes llamadas de Braden, su ex novia que parecía no aceptar que la relación había terminado.
—No necesito consejos de nada— Mateo pasó de largo al ver a Anthony y su consejero.
—No diré nada— lo alcanzó su primo.
Él sería el único que estaría en ese lugar siendo el único que lo convenció, aunque por solicitud de Mateo se quedaría en el auto, dejando solo al consejero cerca, porque la ceremonia sería a puerta cerrada.
Esperaba que sucediera lo mismo que con Lina, su prima. Casarse y poder divorciarse incluso antes de la fecha pactada, aunque en este caso no iban a convivir ni un segundo con ella.
La boda se celebraría en un ambiente común. Una oficina sin emoción, ni aroma más que el del desinfectante. Era un protocolo, no un evento para festejar.
Harper caminó hacia el altar con la sensación de estar marchando hacia su propia ejecución. Mateo Crown la esperaba mirando hacia el bolígrafo del juez y jamás hacia ella. Lo agradecía de cierta forma. Verlo era desagradable, que la viera lo hacía odiarlo más.
El juez comenzó con la ceremonia, acabando en pocos minutos.
—Mateo Crown, —comenzó el juez—, ¿Acepta a Harper Visconde como su legítima esposa, para brindar su fidelidad y compañía, en la salud y enfermedad, en la abundancia y en la escasez, hasta que la muerte los separe?
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