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ALDRIC
Cuando llegué a esa plaza y no vi a Valeria, la sangre se me enfrió en el cuerpo.
Enseguida la intenté llamar por el vínculo, pero parecía estar muy lejos.
Seguí su olor como un demente, hasta que vimos la silla del hijo del Alfa abandonada en un patio interior y algunas personas nos contaron lo que escucharon o vieron.
Ella estaba de nuevo en problemas, de imprudente, persiguiendo a un desconocido.
Sé que lo hacía por el cachorro, pero arriesgar así su vida y exponerse al peligro, me hace hervir la sangre con ganas de darle unas buenas nalgadas.
“Valeria, no te voy a castigar si estás a salvo, juro que ni te voy a reñir, pero por favor, mantente con vida”
Le rogaba en mi mente, corriendo a mi máxima velocidad por la manada, casi convertido en mi bestia, dejando atrás al Alfa que me seguía.
Sin embargo, al llegar a esa casucha, pude sentir las ratas escapándose por detrás de la casa, pero no tenía tiempo para esos hombres, luego los cazaría.
Ahora mismo, el intenso olor a sangre de Valeria hizo que mi alma temblara con un miedo que conocía muy bien.
El terror de perder a un ser querido.
— ¡¡VALERIA!! – rugí al entrar buscándola y mirar a ese oscuro agujero, para verla agonizando en el fondo del abismo.
Salté sin siquiera pensarlo, cayendo sobre el desgastado suelo que traqueó por mi peso y enseguida arrodillándome a su lado.
Mis manos temblorosas fueron a tocar la herida en su pecho, por donde sobresalía un oxidado tubo de acero.
— Al…dric…
— No hables pequeña, no gastes energía, resiste, voy a salvarte, voy a salvarte, aunque me cueste la vida – le prometía, pero por dentro de mí estaba maldiciendo, sumido en la desesperación.
Si sacaba ese hierro de su pecho se abriría una herida peor y temía por su corazón.
No la podía mover de este sitio, Valeria no sanaba como todos los hombres lobos, por eso sus cicatrices.
Ella estaba muriendo, sentía cada vez menos su pulso, su piel se volvía pálida y fría.
Mi cordura se estaba yendo junto con su vida, al estar repitiendo la pesadilla de ver fallecer entre mis brazos a la mujer que más me importaba en el mundo.
“No, no, no puedes morir Valeria, no te puedo perder también, no puedo” mi pecho se apretaba y mis emociones fluctuaban hacia la impotencia y la ira.
“Alfa Garret, ¡¿dónde cojones está?!, ¡¡TE NECESITO AQUÍ, AHORA!!”, le ordené a Garret obligándolo con todo mi poder, pero lo sabía muy bien, ni aunque le salieran alas llegaría a tiempo para darle de su sangre a Valeria.
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