Damián
Doy vueltas por la oficina sin saber qué le diré a Antonella sobre el supuesto viaje de negocios. Aunque ella no lo demuestre, está más que molesta. Es obvio que fue una humillación. Aparte de eso, debo sumarle la escena de hoy. Estoy consciente de que aquello me terminó de hundir. El rostro de Nella lo decía todo.
—Me estás mareando, Damián, ya deja de dar vueltas —me habla Trino, mi amigo, alguien que conozco desde casi toda mi vida. Diría que es como mi hermano—.Vamos, viejo, ella no te dirá nada. —Bebe un trago de whisky.
—¡Claro que sí, y muchas cosas va a decir! Si tan solo hubieras visto su hermoso rostro cuando vio la nota. Pude notar el dolor en él, Trino, y no solo eso, también vi decepción. Ella se decepcionó de mí.—Paso mis manos por mi cabello—. Ayer hablamos e hicimos un trato, trato que no estoy cumpliendo.
—¿Por qué te preocupa tanto lo que ella piense? —Me observa con curiosidad.
—Sabes muy bien que esa mujer es mi debilidad, y no de ahorita, sino desde hace años. Tomo asiento o le abriré un hueco al suelo.
—¿Te has enamorado?
Lo miro a los ojos.
—No, ella me gusta. Mi deseo por ella es… intenso.
Se ríe de mí.
—Ajá, y yo soy tonto. ¿Te casaste solo porque te gusta? Claro… —Da otro trago y se sirve más—. Nadie se casa por deseo, Damián. —Sonríe.
—Nos casamos por… beneficio. —Me levanto para abrir la puerta. Mi sorpresa es ver a Alan Castelo, el hermano de Antonella—. ¿Alan? —pregunto confundido. A la última persona que esperaba ver en mi vida era a él—. ¿Renzo? —La situación empeora cuando lo veo a él. Tanto Renzo como yo somos similares.
—Necesitamos hablar.
Los invito a pasar.
—Trino —saludan ambos.
—¿Qué tal? —solo dice eso al notar la mala cara de Alan—. No me vean así, su problema es con él —me señala.
Es un traidor.
—Es verdad, aquí el traidor es otro. —Renzo no deja de atacarme.
—¿A qué han venido?
Los invito a sentarse, pero se niegan.
—Vinimos a hacer un trato contigo. —Se miran a los ojos.
—Si tiene que ver con Antonella, mi respuesta es no. —Sus mirada me asesinan, algo que no me importa. Me resbala el odio que sientan por mí—. No la voy a dejar, pierden su tiempo.
Alan empuña las manos.
—¡La vas a lastimar, Damián! —grita Renzo furioso—. Hoy estaba molesta y decepcionada por tu manera de ser. ¿Cómo es posible que ella sepa de tus malditos encuentros con tus mujeres? Ella no es una más. Nella es mucha mujer para ti. Tú no le vas a dar lo que ella necesita; amor, atención y comprensión.
Me levanto del asiento y ajusto mi traje. Esto podría terminar en puños.
—¿Y según tu qué es lo que necesita ella? —Me acerco a él—. Los problemas que tengamos Antonella y yo son solo de nosotros, ustedes no tienen por qué meterse.
Alan se acerca al lado de Renzo.
No me intimida ninguno de los dos.
—Tú no sientes nada por ella, y no creo que lo vayas a sentir. Eres un imbécil con todas las mujeres. —Que descaro de parte de Renzo venir a decirme eso.
—Porque tú eres el mejor, ¿verdad? —Sonrío con sarcasmo—. Lárguense de aquí y no me molesten. No pienso dejar a Antonella. Tendrán que vivir con eso el resto de sus vidas.
Renzo respira profundo.
—Donde tú la lastimes juro que sabrás quién soy.
Sostengo a Renzo por su camisa.
Alan se alerta y Trino igual, que hasta el momento se había mantenido alejado.
—¿Lastimarla? —Trino me sostiene para que suelte a Renzo—. Tú eres quien la lastima, Renzo. Cada vez que ella te ve llega a nuestra casa con el alma destrozada, llorando por cómo la tratas y la ignoras. Tu problema es conmigo, no con ella, así que te voy a agradecer que no la vuelvas a hacer llorar. Si vuelvo a ver a Antonella llegar a casa así, juro que iré a buscarte y te partiré la cara sin importarme la amistad que una vez tuvimos. No interfieras en mi matrimonio con ella. ¿Te quedó claro? —Lo suelto de mala gana, y él ajusta su traje.
—¿Ahora me dirás que te importa mi hermana?
Pierdo la poca paciencia que tengo con Renzo y lo golpeo. Hace rato que deseaba hacerlo.
—¡Claro que me importa!¡Ahora lárgate de aquí!
Trino me sostiene, pues sabe cómo pierdo el control, y quizá no sea conveniente moler a golpes a este idiota. Eso haría que Nella me odie más.
—¡Cálmate, Damián! —me grita Alan—. Siempre tan impulsivo, resolviendo los problemas a golpes. —Ambos me contemplan de forma poco amigable—. Nos iremos, pero esto no se queda así.
Salen ambos de la oficina, y yo me suelto del agarre de Trino para tirar todo lo que había en mi escritorio al suelo.
Ya se hizo de noche. Apenas estoy llegando a mi casa. Debo admitir que a la única persona que le tengo miedo es a Antonella. Pensar en entrar para encontrarme con esa hermosa fiera me da pánico.
Al ya no tener más opciones, entro en la casa. Todas la luces están apagadas. Subo las escaleras y camino por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi habitación. La abro con cuidado de no causar ruido, entro y camino silenciosamente para no despertar a mi pequeña bestia. Ingreso al baño para darme una ducha rápida. Una vez que termino, salgo. Al hacerlo, me llevo el susto de verla sentada en la cama frente, con sus brazos cruzados, mirándome molesta.
—¿A qué mujer te has cogido esta vez? Eres experto en eso.
Enciendo la luz para verla mejor.
Sus ojos viajan por todo mi tonificado cuerpo. Traga grueso y muerde su labio tras esta maravillosa escena que tiene frente a ella, o sea, mi persona.
—Solo fui por tragos con Trino —respondo calmado. No hice nada malo, en realidad. Prometí ser un buen hombre para ella.
—¿Por trago? —Enarca su ceja—. ¿Un trago?
No disimula sus celos.
—¿Celosa? —La hago enfurecer mucho más.
—¿Celosa? —Se levanta de su lugar—. Furiosa es lo que estoy. —Apuesto a que quiere gritar, pero no lo hace porque mi hermana está en la habitación de al lado—. ¿Crees que es de mi agrado saber que te andas revolcando con otras?
—Que te largues de mi habitación. No creas que te he perdonado.
Parpadeo un par de veces.
—Antonella, ¿acabamos de hablar precisamente de eso y ya me estás corriendo de la habitación, que, por cierto, también es mía?
Posa su dedo índice en mi pecho.
—Sé que hablamos, y me pareció todo bien, pero faltaste a nuestro matrimonio y ahora estás castigado. Te quiero fuera de mi habitación.
Niego no convencido.
—¿Por qué te adueñas de todo, mujer? —Se coloca ambas manos en la cintura. Lo cómico de todo es que se ve tan pequeña e indefensa —. ¡Me estás robando todo!
—No te robo nada, esto también es mío. Ahora adiós, que tengo sueño. —Se tumba en la cama—. Quiero dormir sola en mi cama.
No puedo creerlo. En serio que no lo creo.
—Ahora también es tu cama —digo resignado—. ¿Cuándo compraste todo esto?
Ella sonríe.
—El día que me casé contigo. —Toma la cobija y comienza a cubrirse—. Apaga la luz, por favor. —Me da la espalda.
—¡Eres una interesada, Antonella! —Me acerco y pego un mordisco en su trasero.
—¡Damián, duele! —grita fuerte—. ¡Ya para me duele!
Subo sobre ella.
En eso mi hermana grita.
—¡Por Dios, Damián, deja de folla…, que le duele! —exclama Daniela desde su habitación—. ¡Ya dejen de gritar!¡Saldré traumada de esta casa, maldición!
Miro a Antonella, que esta roja como un tomate por la vergüenza.
—¿Te dio pena, chiquita?
—Largo de mi habitación. Bájate de mi cama. —Me empuja hasta hacerme caer al suelo enredado con la cobija—. ¡Estás castigado hasta nuevo aviso!
—No, tú vas a estar castigada por robarme mi casa, mi habitación, mi cama, mi empresa y mi cocina. Y algo más, el día que te tenga debajo de mí, desnuda, te voy a hacer temblar. —Se vuelve más colorada—. Arderás de placer, preciosa, y te va a encantar.—Le guiño un ojo y dejo caer mi toalla al suelo.
—¡Por Dios, oculta esa cosa!
Me burlo con escándalo.
—Esta cosa te hará gritar, hermosa Nella.
Salgo de la habitación sonriente por haberla hecho sonrojar.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Clases de amor, para el diablo