Damián
No puedo creer que haya terminado aceptando ese estúpido viaje, donde muchos hombres verán con ojos de hambre el cuerpo de Antonella. Sé que debo confiar en ella, pero soy hombre y he actuado muchas veces de ese modo con mujeres, así que, por ende, temo que se le acerquen mucho. Le advertir a Daniela que cuidara muy bien de ella y que no permitiera a ningún imbécil se acercarse, porque donde así sea voy y la traigo de regreso a casa.
Sé que soy muy posesivo con ella, y eso deja en claro mis inseguridades. También me dan celos.
«¿Celoso? ¿De verdad dije eso? ¡Ay, no!».
¿Para qué negarlo si me cabrea que otro observe a mi mujer? Mi afán de casarme con ella no era solo por diversión o capricho, es por algo más intenso, y quiero experimentarlo con ella a mi lado.
—¿Se puede saber con quién peleas?
Frunzo mi ceño al no comprender la pregunta que me ha realizado Trino.
—¿De qué hablas?
Termina de entrar a mi oficina para ir al minibar y servirse un trago.
—Llevo rato parado en la puerta viendo cómo haces muescas de molestia y hasta alzas las manos como loco. ¿Tienes algún amigo imaginario? —Lo ignoro—. ¿Es eso?
—No peleaba con nadie y tampoco tengo ningún amigo imaginario. Tú eres el que está loco. —Centro mi atención en un catálogo de terrenos. Deseo comprar uno para hacer mi nueva creación. Quiero formar una nueva empresa. Ya tengo tres inmobiliarias y ahora quiero crear una empresa publicitaria.
—¡Maldición! —chilla—. Debí grabarte. —Se sienta frente a mí—. ¿De casualidad estás enojado con Antonella? —Me mira con curiosidad.
—No, no estoy enojado con ella.
Entrecierra sus ojos.
—Claro que lo estás. —Da un trago y me quita el catálogo—. Este me gusta. —Me lo vuelve a entregar.
—Solo que no me agrada la idea de que ella se vaya a Hawái. Allá habrá muchos imbéciles que querrán caerle como zamuros —digo con molestia.
—Ahora entiendo tu pelea de hace ratico. —Suelta la carcajada.
—No estaba peleando —aclaro con seguridad.
—No me mientas, yo te vi. Tú no te diste cuenta. Estabas tan metido en tus pensamientos que no te percataste de tus movimientos y muecas. —Vuelve a reír, ganándose una mirada asesina de mi parte.
—¿Qué me aconsejas para hacerla cambiar de opinión?
Niega de inmediato.
—Déjala ir, Damián, no seas posesivo. Ella tiene derecho a disfrutar un poco de su vida —me reprende—. Si me entero de que arruinaste su viaje, te pateo el trasero.
Su amenaza es sincera.
—¡Demonios! —expreso molesto por no poder hacer nada—. Necesito ir a ese viaje.
Él vuelve a negar.
—Damián, se supone que deberías darle su espacio, pero no lo estás haciendo. Terminaras asfixiándola. —me vuelve a reprender.
—¡Lo sé, pero me moriré de la angustia si no veo lo que hace o con quién está!
Este fin de semana será un infierno al no tener idea de qué estará haciendo. Antonella es muy vive la vida, y saber que podrá ir a una fiesta o que estará con su cuerpo casi desnudo en la playa me preocupa. Nunca había sentido este miedo de ahora.
—Ella estará bien. Además, Daniela irá y también sus amigas, así que deja ya los celos, amigo, que nadie se acercará a tu mujer. Supongo que esto que estás viviendo es un Karma por ser tan desgraciado con las mujeres.
También pienso lo mismo, que todo esto es un karma.
—Espero que así sea. —Empuño mis manos y le quito su vaso para beberme su trago.
Esa miniatura de mujer saca lo peor de mí cuando permite que un hombre se le acerque. Ella dice que son solos amistades, pero a mí no me convencen. Veo en los ojos de esos chicos cómo la desean. Trato de controlarme y no ser tan impulsivo, pero ¿qué puedo hacer? Me desquicia su maldita manera de ser con ellos, y más con ese Nicolás. Ella está enamorada de él, lo he escuchado muchas veces de sus hermosos labios.
Acepto que soy patético en esas cosas del amor y no suelo ser muy romántico. Para ser sincero, no se me da bien, pero para que Antonella sea feliz lo intentaré.
Ya son más de las ocho de la noche y llego a casa. Antonella no se siente por ningún lado, lo cual me deja en claro que está encerrada en nuestra habitación. Subo las escaleras. Cuando voy a entrar, mi hermana me detiene.
—¡Ay, por Dios! ¿Qué cosa tan fea es esa, Damián?
Observo el detalle que le he comprado a Antonella
—¿Te parecen feas? —cuestiono preocupado.
—Lo primero que debes hacer al comprar un ramo de flores, y más si se tratan de orquídeas, es llenar un envase de vidrio con agua y meterlas ahí para que no se marchiten tan rápido. Lo segundo, es que te recomiendo que las compres cuando vengas de regreso a casa, así, cuando lleguen aquí, lo harán en perfectas condiciones. Jamás compres unas flores si no se las entregarás a la persona rápido, ¿entendido?
Asiento, grabándome sus consejos.
—Creo que soy un mal alumno. —Le hago pucheros, y ella se acerca más a mí.
—Al menos lo intentas, y eso es bueno. —Se encoge de hombros.
Bajo mi mirada para poder conectar con la suya.
—¿Cuánto saque del uno al diez? —La tomo de la cintura.
—Te doy un cuatro.
Su calificación me duele.
—Eres una profesora insensata.
Se ríe fuerte.
—Solo te doy la puntuación que te corresponde. Tienes que seguir intentándolo.
Entrecierro mi ojos y actúo pensativo.
—Está bien.
Al fin tomo sus labios para besarlos con tantas ganas.
Ella se deja llevar y corresponde fácilmente, pero nuestro momento es interrumpido por mi hermana, que entra a la habitación sin tocar.
—Discúlpenme por interrumpir, pero aún tenemos que seguir haciendo maletas, así que guarda tus ganas para después del viaje, querido hermano. —Me aleja de Antonella para llevársela—. Y oculta ese monstruo que tienes ahí entre tus piernas, hermanito, que asustas a cualquiera que te mire así. Ahora entiendo por qué Nella está contigo. ¡Dios, niña, eres una golosa!
Antonella me mira apenada.
Mi hermana cree que ya hemos estado juntos, y, por desgracia, no es así. Esa miniatura se resiste, y eso me encanta. Es cuestión de tiempo para que ella sea mía.

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