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Clases de amor, para el diablo romance Capítulo 13

Antonella

Al salir de la universidad, vamos rumbo al aeropuerto. Ya Daniela y Damián se encuentran allá esperándonos con las maletas. Todas llegamos y bajamos del auto de Franco, que es uno de los tantos guardaespaldas que me pone Damián para que cuiden de mi todo el día. Es un hombre paranoico y no me deja salir sin él o Xandro.

Bajamos de la camioneta y caminamos hasta ellos.

Daniela tiene una sonrisa en su rostro y Damián es todo lo contrario. Si por él fuese, estuviera ya mismo en casa.

—¡¿Listas para irnos, chicas?! —habla Daniela emocionada.

—¡Oh, sí! —respondemos las tres al mismo tiempo.

Ellas suben en el avión privado de mi esposo… Esperen, ¿dije esposo? ¡Vaya! Qué lindo me suena.

—Quiero que me llames al llegar, Antonella. Quiero ver tu llamada cada diez minutos, y donde no me llames en esos diez minutos iré a buscarte.

Entrecierro mis ojos y lo miro mal.

—Te llamaré únicamente cuando llegue, mas no cada diez minutos, así que deja de estar drogándote, Damián.

Respira profundo.

—Está bien, cada media hora entonces. —Lo sigo viendo mal y con mis brazos cruzados—. ¿Cada hora? —No cambio mi expresión—.A ver, ¿Entonces cada cuánto me llamarás? —inquiere ya molesto.

—Pero ¡qué rápido te enojas! —me burlo—. Te llamaré al llegar, y mañana lo haré al despertar, luego a la hora de almuerzo y después en la noche antes de dormir. —No parece convencido—. No pasaré mi viaje pegada al teléfono nada más porque así tú lo quieras. Me voy de vacaciones unos días, por lo que no podré estar siempre metida en el teléfono.

—No me agrada esa idea. Necesito que me llames al menos cada tres horas.

Vuelvo a negar.

—Ya te dije, Damián. —Enarco mi ceja.

—Si no llamas, allá me vas a tenerme, Antonella —dice muy serio.

—Está bien. —Me pongo de puntitas de pies para llegar a sus labios y darle un beso, del cual no provoca separarse. Lástima que debo hacerlo—. Tengo que irme —susurro sobre sus labios.

—Está bien, enana.

Golpeo su pecho.

—No me digas así, Lancaster. —Me doy a vuelta y subo al avión.

Mi sorpresa al subir al avión, es observar una docena de hombres vestidos de negro como Franco.

Me giro para ver a Damián, y este sonríe victorioso.

—¡Maldito infeliz, no me dejarás ser!

Todos se burlan de mí mientras tomo asiento, enfadada.

—Princesa, no te enojes con él, porque te cuida. Recuerda que mi hermano es un multimillonario muy reconocido en el país y ya muchos saben que eres su esposa. Necesita cuidarte de que algo malo te suceda.

Suspiro frustrada, pero tiene razón. Ya antes han intentado secuestrarme. Gracias a Dios no lo han logrado.

Llegamos a Hawái y vamos rumbo al hotel. Mi vista se pierde en esta hermosura. Estoy ansiosa de conocer toda esta isla, que, para mi gusto, es maravillosa. Al llegar al hotel, bajamos del auto y entramos. Nos detenemos en recepción para solicitar nuestras habitaciones. La recepcionista nos entrega la tarjeta y todas subimos. Abrimos la puerta y pasamos deprisa. Hoy no vamos a ir a la playa, solo iremos a cenar y quizá a una pequeña fiesta, en la cual no voy a beber ni una gota de alcohol. La primera vez que lo experimenté me fue horrible.

—¡Bien, nenas, que comience la fiesta!¡Vayamos a arreglarnos!¡Las llevaré a un buen lugar que les será de su agrado!

Asentimos emocionadas.

Comienzo a abrir mi maleta y a sacar toda mi ropa, cuando de repente comienza a sonar mi teléfono. Pego mi mano en la frente al saber de quién se trata y al recordar la promesa que hice.

«¡Lo has arruinado, Antonella!».

Al cabo de tres horas, estamos en una enorme fiesta en la playa. Mi vestimenta es sencilla . Evito llamar la atención y tener problemas luego. No es que haga lo que él quiere, sino que lo entiendo un poco. Estamos sentadas en una barra. Ellas beben tequila y yo solo bebo una piña colada baja en alcohol, y eso porque me insistieron. El ambiente es muy tranquilo. Las personas están sonriente y alegres. Muchos bailan y otros conversan. Mis amigas están concentradas en su conversación.

Les digo a las chicas que volveré un momento porque necesito ir al baño, cuando llego al baño, una joven mujer se me acerca pidiéndome ayuda, había perdido a su hijo y no puedo negarme a ayudarla. Intento ir por mis guardaespaldas para que nos ayuden, pero ella está desperada por encontrar a su hijo, por lo que me tomó de la mano para llevarme con ella.

Al salir por la parte de atrás del restaurante donde estábamos, nos alejamos mas de la zona, cuando de repente, me doy cuenta de hay unos hombres al frente esperando por nosotras, la mujer corre dejándome sola, y cuando pretendo hacer lo mismo, alguien me jala del cabello, tirando de mí al suelo con una fuerza brutal. Aquel sube y me aprisiona, inmovilizando mi cuerpo. Mi única reacción es una simple, gritar a todo pulmón por ayuda y para que me libere.

—¡Suéltame! —chillo desesperada y lucho para quitarlo—. ¡No, por favor!¡Suéltame!¡Déjame! —vuelvo a gritar con lágrimas en los ojos.

—Vaya, tu si que eres muy hermosa, ¿y si nos divertimos contigo un rato? —Mi corazón comienza a latir rápido, más cuando siento unas manos colarse debajo de mi vestido—. Huele a carne fresca —susurra cerca de mi rostro. Observo a donde la mujer salió corriendo y veo como se aleja de mí. —. Seré rápido. Tú quédate quieta.

—Sé rápido, no tenemos mucho tiempo. Divierte y luego termina el trabajo. —dijo uno de sus compañeros.

Comienzo a luchar para que me suelte, pero es imposible. Dos hombres más me sujetan de las manos, mientras el otro comienza a subir mi vestido y a rasgar mi tanga.

—¡No, por favor, no lo hagan!

Me abofetea y abre mis piernas para hacerme lo peor.

De repente, escucho un disparo y veo cómo el hombre se quita de encima de mí. Cae a un costado, asustado. Los dos que me sujetaban tienen sus manos arribas, y el que estaba de pies observando todo, cae al suelo inerte.

—¡Antonella! —escucho las voces de mis amigas y de Daniela, quienes corren en mi dirección.

Ellas me abrazan, mientras Daniela solo me mira con culpa.

Mis lágrimas salen descontroladas y mi cuerpo de inmediato comienza a desvanecerse.

—Damián me matará —es lo último que oigo antes de caer desmayada.

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