VALERIA
— Entonces ven, acércate a esta mesa – me llevó hasta una enorme mesa ovalada de mármol con un gigantesco mapa encima.
Algunas zonas estaban dibujadas y otras se mostraban opacas y ocultas.
— ¡Tráiganme la caja! – ordenó y le trajeron una pequeña caja de madera, me parecía conocida y cuando la abrió y me enseñó el contenido, reconocí la piedra que aquella vez toqué y por fingir, quemó mi mano.
— Es una piedra echa del Altar madre, el primero de todos, que está situado donde se encuentra la Puerta Lunar, es una reliquia de tu raza, tómala con una mano y extiende la otra hacia mí – me ordena prepotente y no me queda de otra que obedecer.
Mis dedos temblorosos se acercan a la oscura roca que parece brillar como si tuviese minerales dentro.
Recuerdo muy bien el dolor que me causó aquella vez, pero ahora solo sentía el llamado, como una cuerda invisible que me halaba hacia un lugar sagrado e increíble.
El tacto frío al fin llegó a mi mano cuando la sujeté, sacándola de la caja aterciopelada.
Esta vez no que quemé como la primera vez y el anhelo creció en mi corazón.
— Estira tu otra mano— me ordenó y lo hice para luego sisear dolorosamente cuando sin compasión sacó una daga y me abrió una profunda herida en la palma de la mano.
— Vierte tu sangre sobre la piedra e invoca tu poder para llamar las reliquias plateadas de todos los altares, aquí tengo varias, pero otras quedaron dispersas.
Observo algunos de esos artilugios que recuerdo, dos de ellos se quedaron resguardados en el castillo de Aldric.
¿Será que se pueden invocar aquí?
Mi sangre goteó sobre la roca desde mi herida, no sabía cómo hacerlo, pero cerré los ojos y seguí mi instinto.
La piedra comenzó a calentarse y enrojecerse, incluso sentía el vapor salir por sus grietas, sin embargo, no me quemaba.
Me dieron ganas de pegársela en la cara a ese idiota del Rey, a ver si lo asaba a él de una vez.
Intenté alejar mi odio, concentrarme en la forma de las reliquias y poco a poco imágenes de cada una de ellas empezaron a dibujarse en mi mente, incluso algunas que jamás había visto realmente.
Palabras se susurraban en mi cabeza, en un idioma antiguo y mis labios se movieron recitándolas, sentía la magia surgir, arremolinándose a mi alrededor, haciendo ondear mi vestido y mi cabello.
Una y otra vez conjuré, las reliquias cada vez brillaban más en la oscuridad de mis recuerdos, hasta que un mareo asaltó mi cabeza y sentí que perdía toda la fuerza y la energía.
Mis piernas cedieron y estuvo a punto de caer al suelo, pero el Rey me agarró sosteniéndome.
— Suéltame – me separé a pesar de la debilidad, me daba un asco enorme que siquiera me tocara.
— Tks, Tks, tan débil, conjuraste solo un poco de magia y mírate, casi al borde del desmayo, no le llegas ni a los tobillos de Gabrielle – chasqueó la lengua con fastidio.
Su cinismo me hacía chirriar las muelas del odio, ¿de quién fue la culpa de mi poco desarrollo?
— Bueno, al menos cumpliste el objetivo – miró hacia la mesa y yo también lo hice, con algo de asombro.
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