VALERIA
El artefacto mágico había adoptado la forma de este barco, pero en miniatura, navegaba por encima del mapa que el Rey Vampiro había colocado sobre una mesa en la cabina del capitán.
— ¿A dónde nos llevas ahora? – me preguntó algo exasperado.
— No lo sé, solo estoy deseando llegar a la Puerta Lunar, el camino exacto no lo conozco – le respondí igual de manera hosca.
Ya había pasado la noche y los primeros rayos del sol asomaban por el horizonte, sin embargo, la neblina que nos rodeaba dificultaba bastante la visión.
— Quiero ver a mis amigos…
— ¡Tierra a la vista! – gritaron desde la cubierta cuando él me iba a responder.
Salió apresuradamente, apartándome a un lado de manera grosera y yo seguí sus pasos, subiendo la escalerilla hasta el exterior.
Mis pies rozaban la madera del suelo, muchos de sus soldados estaban presentes, todos mirando en una sola dirección y yo también fijé mis ojos en ese punto, hacia donde avanzábamos.
Pronto, la silueta de lo que parecía una islita comenzó a dibujarse. Nadie hablaba, la verdad el ambiente era algo opresivo, me ajusté más el chal para cobijarme de las bajas temperaturas.
Subí la cabeza mirando hacia un alto peñasco y en las alturas una vieja construcción se alzaba, era como una antigua casona con un campanario en muy malas condiciones.
El barco navegó sin cesar y ya se podía ver la tierra de una isla más grande y la principal.
Pequeñas embarcaciones nos pasaban por al lado, pero las personas sobre ellas que supuse eran pescadores, ni siquiera levantaban la cabeza para curiosear, la indiferencia emanaba de ellos.
Todo esto me daba muy mala espina y cuando el barco atracó por sí mismo en un destartalado muelle, entendí que teníamos que bajar a este espeluznante sitio.
“Valeria, ¡Celine se está poniendo mal!” De repente la voz alarmada de Quinn llegó a mi mente sobresaltándome y poniendo mis nervios de punta.
Corrí hacia donde ellos se estaban quedando.
— ¡Déjala que haga lo que quiera, prepárense para desembarcar! - escuché a mi espalda la orden del Rey.
Bajé apresuradamente hacia las entrañas del barco, casi corriendo por el pasillo de los pequeños camarotes hasta llegar al suyo.
Ante de tocar la puerta se abrió desde adentro y Quinn con el rostro lleno de angustia me invitó a pasar al estrecho sitio.
— Se ha puesto mal de repente, son esos ataques que le dan, pero hace años que no le repetían – me explicó mientras yo me sentaba con prisas en la diminuta cama donde Celine temblaba y ardía con la temperatura por las nubes.
De repente comenzó a toser como si se ahogara, llevándose la mano al pecho, frunciendo el entrecejo con una expresión de extremo dolor.
— ¡Celine! – la apoyé cuando se incorporó semisentada y Quinn enseguida se acomodó a su espalda para sostenerla en esa posición y que no se ahogara con su propia sangre.
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