Resumo de 013. MI DONCELLA NO ES CULPABLE – Uma virada em El Rey Lycan y su Oscura Tentación de GoodNovel
013. MI DONCELLA NO ES CULPABLE mergulha o leitor em uma jornada emocional dentro do universo de El Rey Lycan y su Oscura Tentación, escrito por GoodNovel. Com traços marcantes da literatura Hombre-lobo, este capítulo oferece um equilíbrio entre sentimento, tensão e revelações. Ideal para quem busca profundidade narrativa e conexões humanas reais.
VALERIA
Simplemente, me cargó al estilo princesa de la cama y no importa cuanto le dije que yo podía sola, le entró por un oído y le salió por el otro.
— Sujétate bien – me ordenó cuando no supe ni cómo acomodarme contra su robusto pecho.
Subí las manos medio dudando y las pasé por detrás de su fuerte cuello.
— Pégate más, ¿tan desagradable soy para ti? – bajó la mirada congelada para fulminarme y negué enseguida con la cabeza, como una muñeca con resortes en el cuello.
Mis dedos se entrelazaron sobre su nuca, su corazón palpitaba poderoso contra mi costado y luchaba para que mis ojos no vagaran por sus facciones masculinas.
El cabello fuego se arremolina y danza con su andar impetuoso por los pasillos del castillo y luego bajando las escaleras, como si no llevase peso alguno encima.
Toda su piel se siente caliente y cerca de mi nariz ese estimulante aroma tienta mis sentidos.
¿Habrá controlado ya su celo? Quizás, pronto tenga que sacar de los pelos a más de sus amantes.
— No tengas miedo – me dice de repente – Señala a quien sea con el dedo, Valeria, la que pienses que es culpable.
Estamos frente a la enorme puerta de la cocina.
— Bien. Usted… ¿qué hará con esa persona?
— La mataré, por supuesto – responde sin más pateando la puerta y entrando dominante a la estancia, donde todos esperan temblando.
El miedo se huele en el aire y hoy, más sangre se va a derramar.
*****
— Su majestad, he reunido a todo el servicio de guardia como ordenó – la Gobernanta enseguida viene a nuestro encuentro.
Me mira un poco raro, al igual que el resto de los presentes, y la verdad es que me avergüenzo de estar sobre los brazos del Rey.
Él camina hacia un lado y me deja sentada sobre una silla, agarra otra y se posiciona a mi lado, lleno de un aura asesina que hasta a mí me afecta.
— Ahora dime Valeria, cuéntame con detalles qué sucedió cuando viniste a buscar mi cena – me ordena y no dudo en relatar absolutamente todo lo que pasó aquí.
Cuando llego a la parte de las doncellas las miro de frente, ambas están con la cabeza abajo y es evidente que el pánico atenaza sus corazones.
— … luego, llegué a la casa de la Gobernanta y no había nadie, esos hombres que decían ser guardias me apresaron.
— Sí, son guerreros de menor rango de la manada, se encargan de patrullar los límites del bosque, investigué sus identidades y el que sobrevivió también lo confirmó – de repente me asombro al mirar hacia una esquina oscura.
No me había dado cuenta de que el Lycan Quinn estaba ahí, recostado a una columna con los brazos sobre su pecho.
— ¿Señor, él dijo quién le ordenó? – le pregunto mirándolo con respeto, a pesar de la oscuridad sus ojos dorados se pueden ver muy claros.
— No, no confesó incluso bajo tortura – me aseguró y su mirada fue al Rey a mi lado.
Supongo que su majestad Aldric fue quien lo interrogó, ¿aun así, no habló?, ¿es tan importante para él su cómplice?
Giro mi cabeza para mirar al Rey de soslayo, pero me congelo al ver la mirada fría y acusadora que me está dando. ¡¿Ahora qué hice su majestad?!
— ¿Qué sucede Valeria? – la Gobernanta se me acerca y pregunta con el ceño fruncido.
— Algo no encaja, señora, yo probé la comida que dejó la cocinera, no me afectó en nada – le explico y ella enseguida abre el seguro de la vitrina.
Comenzamos a buscar algo sospechoso, incluso a probar las sobras, nada tenía afrodisiaco.
— Déjame ayudarlas – me pongo nerviosa cuando una voz baja se escucha a mi espalda, tan cerca, que su aliento cae sobre mi nuca.
¡¡Su majestad, con tanto espacio por qué tiene que pararse casi encima de mí!!
Quería llorar sin lágrimas, pero solo controlé el temblor que empezó en mis manos y enfoqué mi mente en buscar pistas.
— Huele algo raro, es muy sutil, pero lo detecto – anuncia de repente.
Observo su mano estirarse hacia las charolas de plata que se utilizan para tapar la comida.
Por supuesto, al inclinarse hacia delante, la dureza de sus músculos me pega aún más al borde de la encimera.
Ni siquiera me atrevo a moverme un centímetro, ¡y menos a mirarle la cara a la Gobernanta a mi lado!
Debe ser por la resaca del celo, que está así tan… pegajocito.
— Huele a una sustancia extraña, aquí hay restos de un polvillo azul – anuncia al virar por la parte cóncava la charola, la que va encima de la comida y oculta a la vista.
La que nunca se me hubiese ocurrido revisar.
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