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VALERIA
Su aura fría y amenazante me rodeaba y aplastaba mi voluntad, caí de rodillas en el frío suelo cuando su sombra se cernió sobre mí.
Había olvidado lo peligroso que era el Rey y quizás, ahora pagaría por mi estupidez.
Lo sentí rebuscando entre el álbum y luego las cajas, quizás cerciorándose de que no hubiese dañado sus recuerdos valiosos.
Se acercó a mí de repente y bajé mucho más la cabeza, mordiéndome el labio inferior para evitar que mis dientes castañearan.
Agarró mi barbilla con fuerza y me hizo levantar la mirada para ver por encima de mí, sus ojos casi rojos como su bestia, llenos de ira e intenciones asesinas.
— Nunca jamás en tu vida se te ocurra volver a revisar mis cosas privadas, ¡no te pases de la confianza que te he dado, Valeria! ¡Este lugar está prohibido para ti, no tienes el derecho de tocarlos! ¡¿Te quedó claro?!
— Sssí, sí… sí, señor – le respondí tartamudeando, sintiendo la presión en mi barbilla y como si una mano invisible apretara mi cuello.
— ¡Márchate! – me soltó bruscamente y me levanté tropezando nerviosa para salir de la asfixiante habitación y comenzar a correr por los pasillos rumbo a mi pequeño sitio seguro.
Llegué a mi cuarto y cerré la puerta de golpe pasando el seguro con las manos temblorosas.
Caminé hacia el baño y abrí el grifo para echarme agua fría en el rostro.
Subí mi mirada asustada hacia el viejo espejo en la pared y vi como las lágrimas caían de mis ojos azules, una a una, hasta que se convirtieron en un sollozo ahogado.
Mis manos fueron a mis mejillas mojadas, hundiendo mis dedos profundamente en la piel herida de mis deformadas mejillas.
Tan fea, tan horrible, tan rota.
¿Qué hombre se enamoraría así de mí y se plantearía tener una familia con una mujer llena de cicatrices por fuera y por dentro?
¿Cómo pude ser tan ilusa de confundir las cosas, en qué momento comencé a involucrar mis sentimientos?
Eso tenía que parar, tenía que volver a la Valeria original.
Me apoyé en el lavabo blanco, respirando profundo, con los ojos cerrados, intentando calmarme.
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