Leia 007. ¿PIENSAS ENVENARME? com muitos detalhes únicos e culminantes. A série El Rey Lycan y su Oscura Tentación é um dos romances mais vendidos de Internet. O capítulo 007. ¿PIENSAS ENVENARME? mostra a heroína caindo no abismo do desespero e da angústia, de mãos vazias, mas, inesperadamente, um grande evento acontece. Então, qual foi esse evento? Leia El Rey Lycan y su Oscura Tentación 007. ¿PIENSAS ENVENARME? para mais detalhes.
VALERIA
Con esa presión sobre mis hombros e intentando no fijarme en que solo lleva unos calzoncillos, comienzo a probar las opciones que saqué.
— Mm demasiado simple… la gris pega con sus ojos, pero no con el pantalón… este adorno no…
Estoy tan absorta en colocar las prendas frente a él, medirlas y combinarlas, que no me di cuenta de que expresaba mis pensamientos en voz alta.
— Lo veo muy corto, ¿le servirá este cinturón? – pregunto levantando de repente la cabeza y caigo en cuenta de lo cerca que estamos.
Prácticamente, estoy pegada al Rey, una gota de su cabello humedecido cae en mis labios y la intensidad con que me devora este Lycan, hace que mi corazón comience a latir con fuerza.
Esto grita peligra por todos lados.
¿Qué estoy haciendo exactamente?
— Lo lamen…
— Pruébalo y veamos cómo queda – me interrumpe cuando voy a dar un paso atrás y abre los brazos.
El gesto es obvio, “ven y pruébalo tú misma”
Así que con las manos apretadas sobre el cuero del cinturón me acerco a rodearlo por su cintura, es inevitable que me pegue más a su piel.
La punta de mi nariz roza con su fuerte pecho de donde sale ese aroma intenso a vino tinto.
Mis dedos acarician su piel y juraría que gruñe por encima de mi cabeza, lo siento olfateando mi cabello negro, o quizás solo estoy demasiado paranoica.
Trago nerviosa, ejecutando mi tarea y él solo se mantiene firme, sin ayudarme en nada.
— Parece… que sí le sirve…
— Tienes que abrochar la hebilla para saberlo – me sigue presionando, ¡ni siquiera llevas pantalón, para qué abrochar la hebilla!
Pero me callo mis insatisfacciones y no sé ni como logro concentrarme en cerrar el dichoso cinturón.
Sobre todo cuando una firme y dura silueta en el bóxer del Rey, comienza a destacar demasiado y es imposible ignorarla, si está a centímetros bajo mis manos.
El olor a vino me tiene borracha.
— Sí, definitivamente, este es el correcto – sentencio dando un respiro de alivio en mi interior - ¿le gusta esta combinación de ropa, señor?
Me retiro a una distancia a salvo y voy a un terreno seguro.
— Si te gusta a ti, entonces está bien, no soporto esas galas, mientras más cómoda sea la ropa, mejor – me asegura y asiento, también pensé en eso.
Se nota que es un hombre simple, más de acción y menos de figurín.
— Valeria, tú, ¿estuviste emparejada con algún macho? – me pregunta de repente y me tenso.
Estoy de espaldas a él acomodando las cosas y me quedo callada por unos segundos, no quiero hablar de Dorian, de hecho, no quiero hablar de nada de mi pasado.
— Yo… — pienso frenéticamente, no es bueno mentirle.
— Está bien, no tienes que responder. Solo espero que haya muerto, porque si está vivo y te viene a reclamar, deseará estar muerto.
Declara autoritario, como si de verdad fuese mi dueño, parece que ya me considera otro mueble de su cuarto.
El Rey Aldric es muy posesivo con sus pertenencias.
Nos quedamos en silencio mientras va a secarse el cabello con la toalla.
Dorian no vendrá, ningún macho me reclamará.
Si antes era una mujer interesante y hermosa, ahora solo doy asco y pena con este rostro desfigurado.
— Entonces aquí está el conjunto completo, puede combinarlo con estas botas, señor – le señalo y me dispongo a huir de su cuarto.
— ¿A dónde vas? – me detiene y tengo un mal presentimiento – Si ya empiezas algo tienes que finalizarlo, ven, viste a tu Rey.
Y me giro para encontrarlo de pie, acomodándose el cabello rojizo que cae sobre su nuca, sus antebrazos flexionados hacia arriba, fuertes y enormes, al igual que todo en él.
Tatuajes rojos y negros adornan su pecho donde unas rosadas tetillas se marcan y descendiendo, un definido abdomen por donde cualquier loba moriría por pasar la lengua hasta perderse en ese caminito de pelitos claros, que se escoden bajo el bóxer.
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