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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 181

El sol de la mañana era una cuchillada en los ojos de Alejandro cuando finalmente salió de la sala de datos.

Se veía como un hombre que había envejecido diez años en una sola noche. Su traje estaba arrugado, su barba de dos días le sombreaba la mandíbula y sus ojos estaban hundidos en cuencas oscuras.

No fue a la mansión. No fue a su oficina vacía.

Condujo directamente a las oficinas de Axon AI.

Entró en el vestíbulo de cristal y acero, un territorio que, hasta hacía unas semanas, consideraba una simple pieza en su tablero de juego.

Se dirigió al mostrador de recepción.

—Quiero ver a Camila Elizalde.

La recepcionista lo miró con una mezcla de sorpresa y recelo. Antes de que pudiera responder, una voz fría y familiar cortó el aire.

—Él no tiene ninguna cita.

David Romero estaba de pie en el centro del vestíbulo. Se había interpuesto en su camino como una muralla. Su rostro era una máscara de furia helada.

—Y no eres bienvenido aquí, Alcázar —continuó David, su voz era un gruñido bajo—. Vete.

Por primera vez en su vida, Alejandro no respondió con arrogancia. No hubo una amenaza velada. No hubo una demostración de poder.

Solo un cansancio infinito.

—Necesito verla, David —dijo, su voz era ronca—. Por favor.

La palabra "por favor" sonó extraña en sus labios. Ajena.

David lo miró con un desprecio total.

—El tiempo de los "por favores" se acabó hace mucho.

Se acercó un paso, su imponente figura ensombreciendo a Alejandro.

—Ella está en una reunión. Una reunión con gente que sí valora su tiempo y su inteligencia. No te recibirá.

David hizo un gesto con la cabeza a los dos guardias de seguridad que se habían acercado discretamente.

—Acompáñenlo a la salida.

Luego dos.

El sol subió más alto en el cielo. La gente entraba y salía del edificio. Pero no había ni rastro de ella.

Y entonces, una comprensión terrible y simple lo golpeó.

No tenía ni la más remota idea de dónde encontrarla.

No conocía su vida. No conocía sus rutinas.

¿Tenía una cafetería favorita? ¿Un parque al que le gustara ir? ¿Amigos con los que se reuniera para almorzar?

No sabía nada.

Durante siete años, había compartido una cama con una completa extraña.

Se recostó en el asiento del conductor, el zumbido de la ciudad llenando el silencio de su auto.

Estaba completamente solo. Y por primera vez, se dio cuenta de que ni todo el dinero del mundo podía comprarle el camino de vuelta.

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