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Obligada A Amarte romance Capítulo 4

Claudia

Luego de un largo baño me siento frente al enorme espejo de mi habitación enfundada en un albornoz blanco, observo cada detalle de mi cara, demuestra la juventud de mi vida contrarrestando los siglos de soledad y encierro dentro de esta fortaleza. Mi piel blanca, rallando en lechosa, evidencian la necesidad de los rayos del sol sobre mi cuerpo, hace tanto que no estoy debajo de su luz que ya he olvidado cómo se siente.

Me levanto con la ansiedad formando un nudo en la boca de mi estómago, tomo un libro que he estado leyendo, sin embargo, mis ojos se desvían constantemente hacia el vestido. Comprender la lectura es casi imposible, la idea de conocer hoy al fin a mi esposo y mantener una conducta apropiada me llena de estrés, por lo general soy impulsiva, digo lo que pienso en el momento en que lo pienso, no me quedo nada y si algo me molesta simplemente lo exteriorizo sin importarme nada ni nadie a mi alrededor.

Tengo la necesidad imperativa de reclamarle sus infidelidades y el hecho de que me trate como a una cosa, un objeto sin emociones ni pensamiento propio, lo odio por lo que me hizo, me robo mi juventud y mi libertad para recluirme en un castillo como a una criminal que es inocente de su maldita suerte.

Tiro el libro sobre la cama al tiempo que dirijo mis pasos hacia el vestido, es hermoso, sé que me quedara más que perfecto, soy alta y delgada con las proporciones correctas en los lugares correctos, mi cabello largo de un castaño medio y reflejos naturales de un rubio cenizo con ondas de medios a punta y mis ojos de un color miel brillante, mis labios son provocativos como más de uno me ha dicho en el pasado.

Cuando aún era libre.

—Señora, deje de morderse el labio, es de mal gusto y al señor no le gustará que lo haga delante de los invitados—dice la señora Clara, parada frente a mí.

No sentí en que momento entro a la habitación, soy un manojo de nervios. Tengo que calmar la ansiedad antes de que meta la pata y mi esposo me refunda en uno de los calabozos que de seguro tiene esta mansión, hace media hora que doy vueltas tratando de pensar en algo más que no sea en mi verdugo, pero es imposible.

—No puedo evitarlo —chillo.

—Le traje un té, a ver si así se le quita la ansiedad —me ofrece la taza—. Han llegado para peinarla y maquillarla —informa.

No sabía que había pasado tanto tiempo.

—Gracias, señora Clara —digo sorbiendo el té verde.

Algo es seguro, no podré contener mi lengua y en algún momento haré un comentario que muy probablemente le sea de mal gusto al señor Mobasseri, es inevitable nunca nadie ha podido refrenarme a la hora de lanzar veneno y siendo un producto como el que soy, siento rencor por él y por la vida que me toco.

—Es hora de que empiece a prepararse para la cena —asiento y ella hace pasar a un caballero.

—¡Es hermosa! —exclama al verme—. Mi trabajo no es tan necesario cuando se tiene un rostro perfecto como este —me observa a detalle desde distintos ángulos—, un recogido con un maquillaje difuminado y natural, te harán lucir como una diosa —dice mirándome a los ojos por primera vez.

Por sus maneras supongo que es más chica que chico, pero soy discreta y no comento nada, confieso que me agrada que haya sido él quien viniera y no una estilista mujer. Me hace sentar frente al espejo de nuevo mientras procede a secar mi cabello hasta dejarlo extra liso, para luego recogerlo todo en un moño alto, me estira tanto el pelo que siento, que los ojos me quedan a los lados de la cabeza, una cola de caballo alta que me llega hasta el inicio de las caderas, dos años sin cortarlo no es para menos que lo tenga de ese largo.

Coloca un broche con piedras negras que destellan hermosamente al rededor del moño.

—Ahora, querida señora Mobasseri, el maquillaje —anuncia con una sonrisa de suficiencia.

—¿Está seguro de que el peinado quedará bien con el vestido? —cuestiono.

—Por supuesto, querida, el escote de espalda debe lucir de esta manera —afirma—. Tienes una piel exquisita, digna de ser admirada —asegura.

—Señora Clara, ¿Cree que al señor Mobasseri le guste? —muy poco me importa su aprobación, sin embargo, mi libertad depende de que quede complacido.

—El señor, estará complacido —odio la forma en como todos en este maldito lugar le rinde pleitesía.

Me ganaré la confianza de todos y les haré creer que mis ideas de escapar han quedado en el olvido, de ese modo el día menos pensado me largo de este infierno sin mirar atrás.

Siento la textura de distintos productos sobre mi cara, los pinceles pasar con libertad de un lado a otro resaltando los rasgos destacados de mi rostro. Mientras realiza el trabajo me miro al espejo de reojo y me parece increíble que un buen maquillaje obre de tal modo en una mortal desdichada como yo.

—Pareces una diosa bajada del cielo —señala complacido con su obra maestra.

—Gracias —murmuro sintiendo cómo las mejillas me arden de la vergüenza.

—¡Qué dulzura! Una mujer hermosa sonrojándose en pleno siglo veintiuno —el tono de sarcasmo me cae mal, pero lo dejo pasar la realidad es que muchas mujeres en esta época son poco recatadas.

—Falta el vestido —dice la señora Clara rompiendo el silencio que se formó luego de la declaración anterior.

—Muchas gracias por el maquillaje y el peinado, ya se puede retirar —demando recordándole que me debe de respetar.

—Insisto —declaro.

Viendo lo ceñido del vestido me he colocado ropa interior de encaje para que se disimule, no llevo sujetador, mis senos firmes encajan perfectamente en la prenda, bragas y medias es todo lo que llevo debajo. Me siento como una diva enfundada en color rojo, los finos y delicados accesorios que me ha traído la señora Clara juegan un papel discreto en todo mi atuendo, es probable que la elegancia se perciba de esa manera.

—¿Trajo collar? —pregunto sintiendo mi pecho desnudo.

—El señor solo envío las prendas que lleva puestas —declara.

Maldito, él decide todo en mi vida como le viene en gana.

De pronto se escucha movimiento en la casa, suena música suave y me doy cuenta de que los invitados empiezan a llegar. Me pongo en pie después de que la señora Clara me ayudará a abrochar las sandalias altas, un ligero temblor se apodera de mi cuerpo, me parece que los nervios se hacen presentes con mayor intensidad.

—Usted, debe permanecer aquí hasta que llegue el señor —informa.

—Me parece ridículo, él llegará solo ¿Por qué no puedo esperarlo abajo? —bramo.

—El señor llegará por detrás y subirá directo a su habitación para cambiarse de ropa —explica generando una nueva duda en mí —. Los dos bajarán juntos, es lo correcto —termina.

—¿A su habitación? —cuestiono. Nunca he visto una prenda de vestir que sea de él en este inmenso cuarto.

—Sí, el señor Mobasseri tiene su propia habitación. Usted ocupa la que está al lado de la principal —si esta que es tan grande no es la principal, no quiero imaginarme las dimensiones de esa otra habitación.

—Al menos el infame tiene vergüenza y no se atreverá a dormir en la misma cama que yo —comento con una sonrisa de satisfacción.

—No sabe lo que dice —suspira rendida y sin esperar nada más de mí se retira.

Práctico mi andar con los inmensos tacones, tengo mucho tiempo que no usaba y ahora parece causarme un poco de molestia. Me miro al espejo mientras camino una y otra vez de ida y vuelta dentro de la habitación y supongo que cuando baje las escaleras tendré que tener cuidado de no tropezar con la cola del vestido, muero de vergüenza si llego a caer delante de todos.

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