Claudia
Paso un largo rato practicando hasta que decido descansar, los pies me han empezado a doler por la falta de costumbre y pensar que todavía falta una larga velada en la que tendré que ignorar mi dolencia. Estoy sentada al borde de la cama de espalda hacia la puerta y la mirada fija en los cristales de la ventana mientras pienso en cuanto más tengo que esperar cuando la puerta es abierta de nuevo y supongo que es la señora Clara que últimamente entra sin autorización.
—Señora Clara, ¿Cuánto más tardará el troglodita que me compro? —cuestiono con fatiga sin molestarme en mirar.
—El troglodita ha llegado y vino por su esposa para atender a sus invitados —el tono es duro, cruel y dolido.
Me giro con brusquedad al escuchar el timbre grueso de la voz varonil y seductora que me responde, el perfume que no percibí antes evidencia su presencia. Un hombre mucho más alto que yo de traje negro y mirada escalofriante me repasa de arriba abajo deteniéndose en mis labios. Es en extremo apuesto, pero su mirada fría y distante me advierten sobre mi suerte un escalofrío me recorre la columna vertebral.
El ceño fruncido le confiere un aire de misterio y sensualidad que por ilógica que es la vida ocasiona un cosquilleo en mi intimidad, sonríe con arrogancia al darse cuenta de lo que ha provocado en mí. Maldito infeliz, me voy a largar a la primera oportunidad.
—Espero que mi querida esposa esté lista para bajar —vocifera con calma mientras se desplaza hacia mí al tiempo que yo me pongo de pie para quedar frente a él.
Su desenvolver me intima, al igual que la forma en la que me mira muerdo mi labio inferior de manera inconsciente y escucho como gruñe en respuesta. Mis pulmones se han colapsado, estoy segura de que me he olvidado por completo de cómo se respira, de mis labios no sale ni una sola palabra. Estoy clavada al piso, soy su presa y él disfruta de acecharme.
—Traje un pequeño obsequio para que mi esposa se vea mucho más hermosa esta noche —abre un estuche que no note y me deja ver una hermosa gargantilla de piedras negras con un diseño intricado que hace juego armoniosamente con los zarcillos que llevo puesto—. Es una joya con mucho valor emocional y ahora te pertenece —declara rodeando mi cuello con la pieza.
Sus dedos rozan sutilmente la piel de mi cuello provocando un cosquilleo que baja por mi espina dorsal y se instala en mi bajo vientre.
—Me parece que luce exquisita en tu cuello —su aliento caliente me golpea cuando se inclina y susurra a mi oído desde mi espalda.
Un jadeo sale de mi boca y puedo sentir su sonrisa complacida. Si quiero tener éxito en mi plan debo cuidarme de él, su presencia es arrolladora y me doy cuenta de que no soy inmune a su seducción.
—Imagino que no se parece a ninguno de los collares que le obsequias a tus zorras, querido esposo —rebato volviendo a tomar el control de mi cuerpo y de mis emociones.
—Las zorras son solo eso, en cambio, mi esposa es una dama que debe cuidar su lenguaje —el tono de su voz cambia ligeramente.
—De la misma manera que mi esposo debería ser un caballero fiel a su esposa —no pienso ceder, dos sabemos jugar a este juego y se lo voy a demostrar.
—No cuando la esposa es una simple adquisición —dice sagaz—, un bien adquirido que no posee voluntad como el objeto de compra y venta que es —finaliza.
—Felicidades, señor Mobasseri, es un infeliz muy transparente y sincero —Aplaudo mostrando que no voy a dejar que me doblegue a su antojo.
No negaré que me duele la forma en como soltó su comentario, sin embargo, el plan es mantenerme fuerte hasta que consiga la manera de como escapar de sus garras.
—No te olvides de cuál es tu lugar —Me toma de la muñeca haciendo tanta presión que me lastima—. Únicamente eres mi esposa por mi conveniencia y porque a mí se me da la gana —dice con hostilidad—. Ahora sonríe, los invitados deben ver el amor que habita entre nosotros —dice antes de soltarme para recomponer su imagen.
El muy maldito no tardo en enseñarme su verdadero rostro, uno que sabía perfectamente que estaba ahí debajo de la careta que siempre lleva. Se equivoca si se imagina que me quedaré a su lado a soportar que quiera pasar sobre mí cada vez que se le venga en gana.
—Es más que obvio el profundo sentimiento que habita en mi corazón hacia ti, esposo —escupo con desprecio.
—Delante de otras personas que no sean los empleados me puedes llamar Richard o con cualquier apelativo ridículo que demuestre amor —informa parado en la puerta esperando por mí.
—Por supuesto cariño, será como órdenes siempre —respondo.
Salgo al pasillo luego de él y me posiciono a su lado con mi mano apoyada en el brazo que me ofrece como el caballero que realmente no es. Caminamos en silencio hasta posicionarnos en el inicio de la escalera donde todos nos enfocan, un súbito silencio se instala.
—Sonríe —susurra solo para que yo lo escuche—. Demuestra que me amas tanto como yo te amo a ti —hijo de perra.
—Esta noche, tengo el honor de presentarles a todos a mi flamante esposa —declara mi esposo cuando hemos llegado al final de las escaleras—. Hoy se cumplen dos años de que dijimos: si, ante el compromiso que supone la unión de dos personas y me doy cuenta de que no pude haber sido más acertado al descubrir el amor en ella —es un mentiroso e hipócrita de altísima calidad un Óscar al mejor actor del mundo para el malnacido que me tiene en contra de mi voluntad.
—Mucho gusto, Claudia... Mobasseri —por un momento olvidé mi nuevo apellido. Ignoro la mano que me extiende y en cambio arrastro a mi esposo lejos de esa tipeja.
Nos acercamos a una señora mayor, mi esposo se estremece inconscientemente al estar frente a ella, nos sonríe a ambos con dulzura. Es una mujer elegante y luce las canas de su cabeza con orgullo, aunque su sonrisa deja entrever algo de tristeza oculta tras la franqueza de su mirada.
Tomo la mano que la señora me ofrece y de inmediato una extraña conexión entre ella y yo se establece, es como si al fin alguien puede entender todo lo que estoy sufriendo si me abro con ella.
—Mucho gusto, Ángela Montero —declara con rotundidad—. Gracias por la invitación aunque si les soy sincera, mi presencia se debe más que todo a la curiosidad que me causa el haber sido invitada cuando no he tenido el placer de conocerlos anteriormente —confiesa queriendo escudriñar en nosotros el motivo de su presencia.
Miro a mi esposo que se muestra sereno ante las palabras de la anciana, sonríe con timidez por un segundo porque al siguiente se recompone y de nuevo toma esa pose segura que me estremece desde hace media hora.
—Me gustaría poder conversar con usted con mayor privacidad y le confieso que este evento solo es una excusa para poder acercarme a usted —explica el señor Mobasseri.
—No hay un anillo en su dedo —señala—. Le confieso que me aterra sus métodos, pero jamás he rehuido de ninguna situación, lo espero mañana a las diez de la mañana en mi mansión, ahora me retiro que tengan una muy agradable velada —decreta y sin darnos tiempo a responder nada se da la vuelta y nos deja plantados en medio del salón.
—Tiene razón —musita mi esposo—, no tienes tu anillo de casada —dice reflexivo.
—No creo que eso sea de mucha importancia, después de todo no somos un matrimonio real yo solo soy una de tus adquisiciones —rebato.
—Es cierto, pero también es cierto que yo decidí que tú fueras mi esposa y por lo tanto necesitas un anillo —exclama con los dientes apretados.
Disimuladamente saca del bolsillo de su pantalón una cajita aterciopelada la abre y saca una sortija que enseguida termina puesta en mi dedo al igual que coloca una en el suyo. Son los anillos de compromiso y matrimonio, de oro el de compromiso es un tejido como de rosas y espinas y el de boda es un infinito extremadamente delicado en su detalle.
—Tenía pensado hacer esto cuando todo el mundo se fuera, pero si ella pudo darse cuenta supongo que todos los demás también lo harán —mi esposo es el hombre más romántico del mundo.

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