La humillación fue un veneno administrado en pequeñas dosis.
Después del insulto de Bruno, el resto del círculo de amigos se unió al ataque. No con agresiones directas, sino con algo mucho más cruel: la indiferencia.
Le hacían preguntas a Simón sobre ella, como si no estuviera presente.
—¿Y a qué se dedica tu esposa, Simón? —preguntó una mujer con exceso de joyas.
—¿Sigue con su hobby de las plantitas? —añadió otro, con una risa ahogada.
La trataban como a un accesorio, un mueble exótico que Simón había decidido llevar esa noche.
Valentina, la maestra manipuladora, intervino con una actuación digna de un Oscar.
—No sean así con ella.
Su voz se llenó de una falsa compasión. Se acercó a Abril y le puso una mano sobre el brazo, un gesto de supuesta solidaridad que en realidad era una marca de posesión, como si dijera "esta pobre criatura está bajo mi protección".
—Abril sacrificó una carrera muy prometedora para que Simón pudiera construir su sueño.
Dirigió su mirada al grupo, sus ojos brillando con lágrimas fingidas.
—Ahora vive una vida tranquila, alejada de toda esta superficialidad. Debemos admirarla.
Cada palabra era un dardo envenenado. "Sacrificó" la hacía sonar como una víctima patética. "Vida tranquila" era un eufemismo para "vida aburrida". "Alejada de la superficialidad" la pintaba como una santa ingenua que no entendía su mundo sofisticado.
Era una obra maestra de la crueldad. La estaba elogiando de una forma que la convertía en un objeto de lástima.
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