Antonella
Regreso a casa luego de haber salido una hora a trotar como siempre suelo hacerlo, dejo sobre la mesa mi pote de agua y enciendo el equipo de sonido para escuchar a uno de mis cantantes favoritos. Subo el volumen de la música y comienzo a mover mis caderas al escuchar mi canción favorita. Alzo mis brazos al aire, dejando que el ritmo se apodere de mi cuerpo y lo haga cobrar vida, y canto a todo pulmón, metiéndome en el papel, hasta que alguien corta mi esplendida emoción.
—¡¿Por qué le bajaste el volumen?!
Se coloca una mano en la cintura y con la otra me señala de forma acusadora.
—Intento dormir y tu escándalo no me deja. —Apaga el sonido.
—¡Fácil! —Señalo la puerta—:Vete de mi casa y duerme en un hotel.
Damián parpadea y entre abre sus labios, buscando qué decirme.
«¿Cómo pudo cortarme mi inspiración?».
—Esta también es mi casa, y no me gusta el escándalo, Antonella. Sabes muy bien que me gusta dormir hasta tarde los fines de semanas.
Elevo mi ceja y me acerco lo suficiente para liberar mi veneno.
—Escucha con atención, Lancaster, te voy a dejar algo muy en claro: la señora de esta casa soy yo, así que yo decido si hacer o no escándalo. ¿Querías una esposa? Aquí la tienes. Ahora te toca soportar mis actos.
—No jodas, Antonella.—Se cruza de brazos—. A ver, señora Lancaster, ¿de qué más eres dueña? Pregunto para tenerlo bien en claro.
—De todo lo que tú posees, querido —contesto muy sonriente—, hasta de ti.
Se burla con sarcasmo.
—En eso te equivocas, hermosa, yo soy tu dueño.
—Pobre iluso, ni siquiera puedes controlarme, no al menos como yo te controlo a ti.
Tensa su mandíbula.
Me encanta ver cómo Damián suele perder la paciencia tan rápido.
Mi comentario lo hace arder. Sabe que tengo razón y que no ha podido tener poder sobre mí como suele estar acostumbrado con otros. El problema de Damián es creer que yo soy como todos esos idiotas, que él puede gobernarme y someterme a su antojo. Eso sucedió una sola vez, pero desde entonces he sido yo quien lo ha controlado.
Su vista molesta se posa sobre la mía.
Cuando da un paso al frente, yo retrocedo.
No sé qué pasa por su mente ni lo que pretende hacer. Sea lo que sea, no lo permitiré.
—¿Qué crees que haces?
Me atacan un poco los nervios. Esa mirada no me gusta en lo absoluto.
—¿Tienes miedo, ratoncita? —Sujeta mi cuerpo.
Libero un grito.
—No, no me toques, suéltame —pido mientras le doy manotazos innecesarios.
—¿Cuánto tiempo me vas a hacer esperar? Estoy ansioso —susurra cerca de mis labios—. Seré cauteloso.
Respiro agitada al tenerlo tan cerca de mí, más aún cuando mis manos están sobre su amplio y duro pecho.
—No, todavía no estoy preparada. Necesito tiempo, Damián. Prometiste darme el tiempo necesario…
Ignora mis súplicas, y con debida razón, porque no me esforcé en lo más mínimo para demostrar que tengo miedo. Damián se adueña de mis delicados labios e introduce su lengua hasta casi el fondo de mi garganta. Una vez que siento su calidez y su suavidad, le correspondo, pero todo acaba cuando una de sus manos viaja hasta la zona prohibida de mi delgado cuerpo.
—¡Ni se te ocurra! —le doy un empujón—. No vas a tenerme así tan fácil, Damián, deberás esforzarte un poco más.
Maldice luego de que paso por su lado.
Es miércoles y Damián se encuentra en un viaje de negocios. Supuestamente, no volverá hasta dentro de una semana, lo que quiere decir que tendré paz por estos días. Se supone que las clases de amor deberían ayudar a que mejore, pero los resultados son negativos. Es un hombre de poca paciencia y termina obstinado o alguien requiere su presencia y se marcha antes. Y yo desisto poco a poco. No sé si en verdad podremos llegar a un acuerdo. Quiero salir corriendo y hacer mi vida lejos de ese hombre.
Desde el día que nos besamos he evitado también acercarme a él, no por miedo, sino por el hecho de que parte de ese beso me gustó. Aún no estoy lista parar ser yo quien tenga sentimientos por él, menos cuando no quiere mejorar su actitud.
—Te agradeceré mucho si no haces nada tonto estos días en mi ausencia.
Conversamos a través de una videollamada.
—¿Qué pasa si no lo hago? —indago.
—¿Siempre tienes que retarme?
Me encojo de hombros y llevo una cucharada de helado a mi boca.
—¿Qué significa esto, Antonella? —me pregunta en un tono molesto.
—Una fiesta, supongo. —Abro y cierro mis ojos al sentirme tan mareada. Estoy borracha, pero consciente de todo. Eso creo—. ¿Me extrañaste? Porque yo no.
Damián pasa la mano por su rostro, armándose de paciencia.
«Sí, enójate, idiota».
—Claro que sí, mi amor. —Me da un beso. «Ay, no, Nella, no seas fácil»—. No estás muy bien. Mejor dejemos la fiesta hasta aquí para que te vayas a dormir —susurra calmado.
—¡¿Qué?! —Frunzo mi ceño—. No, amor, ven, anda. —Agarro una botella de licor y le ofrezco—. Bebe conmigo, ¿sí? —Coloco la botella en su boca, y él de un solo manotón la tira al suelo—. Qué grosero eres.
—¡Todos fuera de mi casa ya mismo!
Salen corriendo como cobardes. No sé por qué le tienen tanto miedo.
—No, no se vayan… ¡Oigan, espérenme! —Sigo al grupo, pero él me sostiene de la cintura—. ¡No sean malos, espérenme!
—¡¿Qué carajos te pasa, Antonella?! —me grita fuerte.
Solo me causa gracia.
—¿Te molestó mi pequeña reunión? —señalo el lugar—. Bueno, mi ex reunión, porque los corriste a todos. Te encanta estropearme mi felicidad, ¿verdad? —Parpadeo cuando siento que mi cuerpo se va de un lado a otro.
—¿Has visto todo el desastre que dejaron en mi casa, Antonella?
No hace falta ni mirar cuando yo participé.
—No importa, mañana alguien se encargará de limpiarlo.
—¡Estás siendo infantil! —exclama, y eso acaba con mi buena gentileza.
—¡¿Infantil?! —bramo de igual modo—. ¡Pues nadie te mandó a casarte conmigo! ¡¿Qué quieres que haga?! ¡Tengo 22 años, señor, y lo único que quiero es disfrutar de mi vida, y tú no me lo permites porque me robaste mi libertad atándome a tu vida! ¿Te has preguntado si soy feliz? ¡Déjame decirte que no lo soy y que tú no haces nada para que yo lo sea! —Me doy un trago—. Eres pésimo esposo. —Bebo de nuevo—. Tú no me quieres nada ni tampoco lo intentas. Estoy poniendo de mi parte en hacerte un mejor hombre y lo único que haces es ignorarme, Damián, ignorarme . —Me dejo caer en el sofá a llorar como idiota en frente de él—. Tú no sientes nada por mí más que obsesión y deseo. Te odio tanto. Tú no sabes querer. Tú no conoces el amor y nada de eso. Tú… tú eres seco, ordinario. Eres una catástrofe en los sentimientos. Estás vacío por dentro. Y yo soy quien tiene que tolerar todo eso. Soy yo quien se lleva la peor parte de ti. —Callo.
Él no dice nada, solo me toma entre sus brazos y me mira por un momento.
—Será mejor que descanses, Antonella. Mañana continuaremos hablando.
Damián sabe que tengo razón. Él no es hombre de sentimientos, nunca lo se lo ha demostrado a ninguna mujer que no fuese su madre y hermana. Esas son las únicas mujeres a las que él ama y tiene clavadas en su corazón. Su vida gira en torno a ellas y su estúpido imperio. De resto, todo le da igual, le damos igual. Soy un capricho, nada más, de un hombre millonario.

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