Entrar Via

Clases de amor, para el diablo romance Capítulo 7

Damián

Me encuentro sentado de frente a la cama observando a Antonella dormir. Estoy molesto por el comportamiento que ella tomó anoche. Nunca antes nadie me había hecho doler la cabeza como ella lo ocasionó ayer. Cuando me enteré de que había gente extraña en mi casa, regresé lo más rápido posible, encontrándome así una esposa borracha. Verla en ese estado no me agradó para nada. Antonella no es mujer de emborracharse y tampoco de dar espectáculos, pero últimamente ha tenido comportamientos infantiles que no comprendo. Cuando nos casamos, ella era diferente, una chica madura e inteligente que resolvía los problemas con sensatez. Ahora le dio por armar espectáculos y llevarme la contraria para verme enojado. Es como si le satisficiera verme así.

Ella me encanta y me gusta de una forma alocada. El problema es que no tengo idea de cómo acercarme y hacérselo saber. Me da miedo arruinarlo y que luego todo vuelva a ser como siempre. Sé que debo mejorar mis actitudes y ser ese hombre romántico que Nella espera de mí. El asunto es que, cuando quiero serlo, me quedo paralizado como idiota. Ella hace que yo actúe como un niño. Me pone nervioso, a decir verdad.

«Qué ridículo, Damián, tanto cuerpo y rigidez para que le tengas miedo a una mujer».

Después de media hora de observarla y de pensar, ella se remueve en la cama hasta abrir sus ojos. En cuanto se posan en mí, los desvía.

—Seré directo, Antonella —entrelazo mis dedos—, ¿qué puta mierda fue eso de anoche?

Me baja la mirada.

—Yo…yo… Da-Damián, lo siento.

¿Ella arrepintiéndose? Muy raro.

—¿Lo sientes?—Achico mis ojos—. ¿De verdad lo sientes, Antonella, o solo juegas a la arrepentida?

—En serio lo siento —masculla.

—A mí no me parece que lo sientas.

Me contempla fijo, ya molesta.

—Escucha, iré a darme un baño y luego de alistarme nos sentamos a hablar, ¿te parece?

—Perfecto, te esperaré aquí donde estoy.

Ella entra al baño y yo continúo en el mismo lugar, esperando que regrese.

Debo encontrar la manera de acabar con los problemas entre nosotros, que no nos llevan a ninguna lado.

Unos minutos después, sale envuelta en una toalla y me halla en el mismo lugar, como se lo dije. Sus ojos marrones hacen que mi piel se erice y todo mi cuerpo sienta esa corriente eléctrica. Ella, por su lado, se estremece ante mi mirada imponente y desafiante. Tengo tanto deseo de ella, por tenerla entre mis brazos y saborear su delgado cuerpo con mi lengua. Hace rato que quiero tomarla como mía y poder sentir el calor de su piel en mi piel. Quiero hacerla arder en mi puto infierno, pero ella no se deja, sigue negada a estar conmigo, y eso lo respeto. No soy un pervertido, o sí, lo soy, pero no para abusar de lo que no me permiten.

—Me iré a vestir.—Fija su vista en mis ojos.

—Tranquila, aquí te espero.

Entra al vestidor en busca de ropa. Cuando sale, viro la mirada ante lo que lleva puesto. Intento poner de mi parte y no lucir como un maldito pervertido, pero ella no ayuda mucho con esos shorts tan cortos que tanto odio y me emocionan a la vez, y como si no fuese poco, usa un perfume de vainilla que me derrite. Le gusta verme sufrir.

—Bien, continuemos. —Toma asiento en la cama.

Carraspeo y procuro ocultar mi deseo por ella, pues no es momento para eso.

—¿Por qué hiciste esa fiesta? ¿Qué pretendías lograr con eso?

—Necesitaba que regresaras.

Ella me confunde, en serio que lo hace.

—¿Por qué? —Mi tono impone, o mejor dicho, exige una explicación detallada.

—Porque sí. —Sostiene su cabeza.

—¿Porque si, Antonella?

Asiente.

—Siento haberte hecho regresar a casa antes de lo esperado, Damián.

Su tono es sincero.

—Solo quiero que digas el motivo por el cual querías que yo regresara. No estoy comprendiendo nada.—Cruza sus piernas y vuelve a sostener su cabeza—. ¿Te duele?

—Sí, pero tranquilo, ya se me pasará.

—No me has respondido a mi duda anterior.

Toma aire.

—Está bien, ¿quieres saber? Te lo diré. —Se levanta para plantarse en frente de mí—. Tenemos tres mes viviendo juntos, y tu modo rústico de ser logró ocasionar que me gustaras. No lo quería admitir, me negaba a que eso fuera posible, pero en cuanto te fuiste me molesté porque sé tú historial de mujeres y lo que haces en esos viajes de negocios. Y sí, sentí celos de que estuvieras con otra. Si te llamaba para que volvieras sin una excusa, no me hubieras hecho caso, como siempre, así que se me ocurrió eso, hacer una fiesta, de la cual te enterarías y regresarías rápido.

Me levanto de la silla, dejándola muy abajo, y esbozo una sonrisa ante ese tamaño diminuto que mi hermosa Antonella heredó de su madre. Ella eleva un poco su vista para dar con la mía. Sostengo su mentón y me doblo un poco para que mi rostro quede cerca del suyo.

—¿No crees que hubiera sido más fácil decirme anoche, cuando hablamos lo que sentías?

—Es verdad, y lo pensé, pero no quería.

—No querías decírmelo por tu maldito orgullo.

Me señala.

—No es orgullo, es que no quiero aceptar el hecho de que me gustas, imbécil.

—¿Por qué? —La pego a mi cuerpo.

En esta oportunidad no se resiste.

—No sé —responde.

—Sabías que me gustabas desde hace años, pero no podía acercarme a ti por ser tan chica. Eso sí me hubiera traído graves consecuencias. Esperé hasta el tiempo correcto para que tú me dijeras que no, ¿recuerdas?

Antonella sonríe al recordar ese momento, que fue justo el día de su cumpleaños.

—Sabías en ese momento lo de la empresa, ¿Cierto? —cuestiona.

—Sí, incluso lo supe mucho antes que tu padre. Fue ahí cuando vi mi oportunidad. Esperé un poco y usé esa ventaja para tenerte conmigo.

Me abofetea muy fuerte.

Es pequeña, pero fuerte la condenada esta.

—No sabes desde hace cuánto quería hacer eso. ¡Te aprovechaste de nuestra situación, Damián! ¡Mis hermanos eran tus amigos y lo que más esperaban de ti era esa ayuda sin ningún trato como el que les hiciste!

—¡Lo sé! Pero el deseo de tenerte a mi lado pudo más. No pensé con claridad lo que estaba haciendo.

Guardamos silencio los dos.

—Estás obsesionado conmigo —comenta afligida.

—No es obsesión, y no me arrepiento de lo que hice. —Paso las manos por mi rostro—. Juro que me encantas, tanto que ahora te puedo asegurar que estoy dispuesto a aprender tus estúpidas clases de amor para conquistarte. Quiero hacer bien mi parte, que esto funcione y que ya no tengamos más problemas. —Me mira un poco dudosa—. ¿Podemos intentarlo otra vez? Juro que no perderé la paciencia y que esta vez escucharé cada una de tus clases.

Aún me observa con dudas.

—Hagamos un trato. —Asiento—. Tú aprendes mis clases y yo… yo te dejo entrar en mi vida.

«Eso, Damián. Lo estamos haciendo bien, amigo. No vayamos a arruinarlo. Mira que para eso sí somos buenos, idiota».

—¡Trato hecho! —digo para luego besarla con intensidad.

Antonella corresponde a mi beso y rodea mi cuello con sus brazos. Enredamos nuestras lenguas y dejamos que ambas se complazcan mutuamente. Bajo mi mano hasta su trasero y la otra manola ubico detrás de su cabeza, donde enredado mis dedos con su cabello aún mojado. Nos besamos con desesperación. La alzo y camino con ella hasta la cama, donde la acuesto. Subo sobre ella sin dejar caer todo mi peso y presiono mi erección entre sus piernas. Ella se sobresalta.

—No te lastimaré —susurro.

—Esa cosa es muy grande, Damián, ni creas que dejaré que… ya sabes.

Me muero de la risa.

—Aquí estoy, preciosa —respondo en cuanto salgo de la habitación—. ¿Por qué no me avisaste? Hubiera ido yo mismo a buscarte hasta el aeropuerto.

Se cuelga de mi cuello.

Ella es mi mundo entero, al igual que mi madre. El problema es que ahora la odio por interrumpirme.

—No, príncipe, quise sorprenderlos. —Deja un beso en mi mejilla.

—Y sí que lo hiciste —opina Antonella—. ¿Cómo está tu madre?

—Viene mañana, princesa. No pudo venir conmigo hoy por cosas de trabajo, ya sabes cómo es ella. ¿Cómo los trata la vida de casados? —Bajamos todos hasta la sala de estar—. ¡Ay, hermano, me empalagas con la emoción que tienes ahora de verme!

Usó un tono sarcástico.

—Nos va de maravilla —contesta Antonella por mí—. Justo ahorita estábamos planeando un viaje juntos, ¿cierto, cariño?

Frunzo mi ceño, dudoso de lo que pase por su mente. Sin embargo, le sigo el juego.

—Sí, así es.

—¡Genial!¿A dónde irán? —Mi hermana se intriga.

—Bueno, mejor dicho, a dónde iré, porque él no podrá por cosas de trabajo, ya sabes cómo es, así que iré a Hawái. Le insistí y se negó.—Me sonríe.

No puedo creer que haga esto.

—¿Y la dejarás ir sola? Eso sí es un milagro.

Hasta a mi hermana se le hace sorpresivo el que yo pueda dejar que ella viaje sola. Conoce lo posesivo que soy.

—Iré con mis amigas, ¿verdad, mi amor?

¿Por qué algo me dice que ya ese viaje estaba planeado desde hace rato y ahora es que vengo a enterarme?

«Condenada, te estás aprovechando».

—¿Quieres ir? —le pregunta.

—Sí, deberías ir, hermana. Cubro todos los gastos —la motivo para que asista. Me sentiré más seguro si mi hermana viaja con Antonella.

—Me has convencido.

Sabía que le iba a gustar la idea.

—Perfecto. ¿Qué les parece si salimos a almorzar? Debemos celebrar con un buen almuerzo y un buen vino tu visita, mi amor. Hace tres meses que no te miraba.

—Me parece muy bien. —Responde emocionada.

—Tú deberías quitarte ese short. No quiero tener que pelear con ningún idiota que te falte el respeto.

Entorna la mira.

—Odio cuando controlas mi vestimenta, Damián.

—Y yo odio salir contigo y tener que escuchar a ese montón de mocosos decirte babosadas.

Me contempla poco amigable, pero sube a cambiarse. Al regresar, lo hace con una pantalón blanco, una camisa rojo pasión y unos tacones. De cualquier forma que se vista, llamará la atención de cualquier hombre.

—Andando. Tengo cosas que contarte, cariño — le dice mi hermana a Nella.

Supongo que más la extrañó a ella que a mí.

Eso se llama traición, señores. Traición.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Clases de amor, para el diablo