Pasaron tres días.
La presencia de Valeria en la mansión de Monterrey se había vuelto una constante. Isa estaba feliz, y para Alejandro, eso era lo único que importaba.
Sin embargo, había notado la ausencia de Camila.
No es que la extrañara. Era más bien una alteración en la rutina, como un cuadro ligeramente torcido en la pared que, aunque no te importa, no puedes evitar notar.
No había vuelto a dormir a la casa. Ni una sola vez.
Al principio, supuso que seguía con su infantil "viaje de negocios". Pero no había llamado para preguntar por Isa. Ni un mensaje. Nada.
Una leve irritación comenzó a formarse en el fondo de su mente. ¿Qué clase de madre era?
Estaba a punto de llamar a su asistente para que investigara su paradero cuando sonó su teléfono privado.
Era un número que le provocaba un respeto inmediato: la línea directa de la matriarca de la familia, su abuela.
—¿Abuela?
—Alejandro, ¿dónde están tus modales? —la voz de Doña Elvira Alcázar era tan afilada como siempre, a pesar de sus ochenta años—. Llevas casi una semana en Monterrey y no te has dignado a traer a mi bisnieta a verme.
—He estado ocupado, abuela.
—Nadie está tan ocupado para su familia. Este domingo. Cena en la casa. Todos. Y con "todos" me refiero a ti, a la niña y a tu esposa. ¿Quedó claro?
La palabra "esposa" sonó extraña.
—Sí, abuela. Allí estaremos.
Colgó el teléfono con un suspiro. Una cena con su abuela era un campo minado. Ella no toleraba la más mínima señal de discordia familiar.
Tenía que avisarle a Camila.
Buscó su número en sus contactos. Se dio cuenta de que no recordaba la última vez que la había llamado él directamente.
El teléfono sonó varias veces antes de que ella contestara.
—¿Bueno?
Su voz sonaba distante, profesional. Sin rastro de la sumisión nerviosa a la que estaba acostumbrado.
—Soy yo.
Hubo una pausa.
—Lo sé. Tu número está en la pantalla. ¿Qué necesitas, Alejandro?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy