—¡Es inaudito! ¡Simplemente se fue!
Carlos Fuentes estaba de pie frente al escritorio de Alejandro, relatando con indignación el incidente del día anterior.
—Dijo que su horario había terminado y se marchó. Dejándonos con todo el trabajo.
Alejandro levantó la vista de su computadora, su expresión apenas mostrando interés.
—¿Y?
—Señor, es una clara insubordinación. Socava la autoridad…
—Entonces despídela —lo interrumpió Alejandro, con un tono gélido y aburrido—. Sigue el procedimiento estándar. Paga la indemnización que corresponda y que no vuelva a entrar al edificio. No me molestes con estas trivialidades.
Carlos se quedó perplejo.
—Pero, señor… es su esposa.
—Es una empleada. Y una bastante inútil, por lo que parece. Ocúpate de ello.
Volvió su atención a la pantalla, dando por terminada la conversación. No tenía ni idea de que Camila ya había renunciado a su puesto honorífico. Para él, ella seguía siendo una empleada más en la vasta nómina del consorcio, una a la que podía aplastar y desechar a su antojo.
Carlos se retiró, confundido pero con órdenes claras.
Esa misma tarde, Camila conducía hacia el barrio de San Ángel, en el sur de la Ciudad de México, donde había crecido.
La casa de su abuela era un oasis de calma, con un jardín lleno de buganvillas y el olor a comida casera flotando en el aire.
Doña Inés, su abuela materna, la recibió con un abrazo que olía a hierbas y a hogar.
—Mi niña, qué bueno que viniste. Te veo más delgada. Ese hombre no te está alimentando bien.
Camila sonrió.
—Me estoy cuidando, abuela.
Su tío Ricardo, el hermano menor de su madre, también estaba allí. Era un hombre bueno y trabajador, cuya pequeña empresa de software luchaba por salir a flote.
Durante la cena, entre platos de mole y arroz, hablaron de todo menos de Alejandro. Hablaron de la familia, de viejos recuerdos.
Después de la cena, mientras su abuela recogía los platos, Camila se sentó con su tío en el patio.
—Tío, ¿cómo van las cosas en la empresa?
Ricardo suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Luchando, como siempre. Necesitamos una inyección de capital para desarrollar el nuevo prototipo, pero los bancos no están muy generosos últimamente.
—Nunca lo dejé del todo, tío. Solo estaba en pausa.
Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una luz que él no había visto en años. Una luz de ambición y de genio.
—Voy a volver. Y voy a construir algo grande. El software de tu empresa tiene un potencial increíble si lo integramos con un sistema de aprendizaje automático adaptativo.
Le empezó a explicar su visión, hablando de redes neuronales y análisis predictivo, su voz llenándose de una pasión contagiosa.
Su tío la escuchaba, fascinado.
La joven que se había marchitado en una jaula de oro había desaparecido.
Frente a él estaba la verdadera Camila Elizalde.
—Solo necesito que me prometas una cosa —dijo Camila, su tono volviéndose serio.
Ricardo asintió, todavía aturdido.
—Lo que sea.
—No quiero que Alejandro se entere de esta inversión.

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