La reunión fue tensa y breve.
David Romero apenas miró a Rodrigo, dirigiendo todas sus preguntas técnicas a los ingenieros que lo acompañaban.
Al final, David cerró la carpeta.
—Revisaremos esto y les daremos una respuesta.
Se levantó, dando por terminada la reunión. Pero antes de que Rodrigo pudiera irse, David se giró hacia Camila.
—Cami, Rodrigo. Vamos a comer para celebrar el inicio de esta... colaboración.
La invitación sonaba más a una orden que a un gesto de amabilidad.
Rodrigo se sintió extrañamente complacido. Quizás Elizalde no era tan mala después de todo.
En el restaurante, David tomó el menú con aire de depredador.
—Yo invito —dijo, mirando a Rodrigo—. Pidan lo que quieran.
Luego procedió a ordenar los platillos más caros de la carta: langosta, filete kobe, y una botella de vino que costaba más que el sueldo mensual de un gerente.
Era un acto de dominación tan obvio que casi resultaba cómico.
La comida fue incómoda. David y Rodrigo intercambiaban comentarios afilados, mientras Camila se mantenía mayormente en silencio.
Sin embargo, cuando la conversación giró hacia los detalles técnicos de la integración de software, ella intervino.
—...el problema no será la latencia, sino la compatibilidad de los protocolos de seguridad —dijo con calma—. La arquitectura de su sistema es sólida, pero anticuada. Necesitaremos un parche de software intermedio para evitar fugas de datos.
Habló durante dos minutos, con una claridad y una profundidad que dejaron a Rodrigo sin palabras. No era la mujer vengativa que él imaginaba. Era una profesional. Por primera vez, sintió una punzada de duda.
Mientras comían, el mundo exterior pareció conspirar contra la frágil tregua.
Alejandro Alcázar y Valeria Campos entraron en el restaurante.
Fueron conducidos a una mesa no muy lejos de la suya.
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