El desafío quedó suspendido en el aire, cargado de un peso que todos en el patio podían sentir.
Alejandro la miró, una docena de emociones cruzando por su rostro: sorpresa, incredulidad, y algo más... una chispa de interés que no había estado allí antes.
Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.
—Creí que no te interesaba el juego —dijo, su voz era un murmullo bajo.
—Cambié de opinión —respondió ella.
Él hizo un gesto hacia el asiento vacío.
—Por favor.
Camila se sentó. El mundo se redujo a la cuadrícula de 19x19 frente a ella.
La partida comenzó en silencio.
El estilo de Alejandro era el mismo: agresivo, dominante, buscando el control.
El de Camila era todo lo contrario. Sus movimientos eran tranquilos, casi pasivos. No atacaba. Simplemente respondía, colocando sus piezas con una economía de movimiento que parecía casi demasiado simple.
Valeria observaba, al principio con desdén. ¿Qué era esta defensa tan débil? No iba a durar ni cinco minutos.
Pero el maestro Corcuera y el señor Qin se inclinaron hacia adelante, sus ojos fijos en el tablero. Vieron lo que los demás no veían.
El juego de Camila no era pasivo. Era... absorbente. Como el agua. No se oponía a la fuerza de Alejandro, sino que la rodeaba, la canalizaba, llenando silenciosamente los vacíos que él dejaba en su avance impetuoso.
Fernando Beltrán y Gabriel Corcuera intercambiaron una mirada de asombro. Habían jugado Go toda su vida, pero nunca habían visto un estilo así. Intentaron seguir la lógica de Camila, pero sus jugadas parecían venir de un plano de estrategia que no podían comprender.
—Es... increíble —murmuró Fernando.
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