La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 121

La segunda partida comenzó sin preámbulos.

Si la primera fue una demostración de la brillantez individual de Camila, la segunda fue algo completamente diferente.

Fue una conversación.

Jugaban a un ritmo casi sobrenatural, las piezas de jade blanco y negro caían sobre el tablero en una cadencia perfecta. No había largas pausas para pensar. Era como si cada uno supiera exactamente lo que el otro iba a hacer.

Un ataque de Alejandro era respondido por una defensa de Camila que no solo bloqueaba, sino que creaba una nueva posibilidad. Una formación de ella era sutilmente desmantelada por él, de una manera que anticipaba la verdadera intención de Camila tres movimientos más adelante.

Era un baile de intelectos, una danza de estrategias tan entrelazadas que era imposible saber dónde terminaba una y comenzaba la otra.

Los espectadores, incluso los maestros como Corcuera y Hernández, observaban en un silencio reverente. Ya no estaban viendo una competencia. Estaban presenciando una extraña y profunda forma de comunicación.

—Es como si hubieran jugado juntos mil veces —susurró el maestro Corcuera, asombrado.

En medio de la partida, Alejandro levantó la vista del tablero por primera vez.

—Hacía mucho tiempo que no jugabas —dijo, no era una pregunta, sino una afirmación.

—Sí —respondió Camila, su voz tranquila, sus ojos sin abandonar el juego.

La partida terminó de manera similar a la anterior. Una lucha feroz hasta el último punto.

Camila perdió de nuevo, por un solo punto. Pero la victoria de Alejandro no se sentía como un triunfo. Se sentía como el final de una pieza musical perfectamente ejecutada.

—Su nivel es extraordinario —dijo el señor Hernández, dirigiéndose al maestro Corcuera—. Ni siquiera yo podría seguirle el ritmo. Es excepcional.

Alejandro miró a Camila, el respeto en sus ojos ahora mezclado con una curiosidad intensa.