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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 131

Cuando Camila y su abuela salieron de la habitación, se encontraron con una escena inesperada en el pasillo.

Valeria Campos estaba allí, esperando pacientemente. Y a su lado, Alejandro le entregaba una tableta.

—Revisa estos informes antes de la junta de mañana. Tu perspectiva será valiosa.

Pero no estaban solos.

Un joven de aspecto enérgico y con un aire de rebeldía aristocrática se acercó a ellos, sus ojos fijos en Valeria con una adoración casi cómica.

Era Emilio, el hermano menor de Alejandro.

—¡No puedo creerlo! ¡Eres tú! ¡En persona!

Su voz era un chillido de emoción adolescente.

Valeria lo miró, confundida, y luego a Alejandro, buscando una explicación.

—Emilio, compórtate —dijo Alejandro, aunque había una nota de diversión en su voz.

—¡Es CC! —exclamó Emilio, ignorando por completo a su hermano—. ¡Soy tu mayor fan! ¡Estuve en el Autódromo Hermanos Rodríguez! ¡Llevaba una pancarta gigante! ¿Me viste?

La comprensión apareció en el rostro de Valeria, seguida de una sonrisa encantadora y perfectamente ensayada.

—Ah, sí. Creo que te recuerdo. Gracias por tu apoyo.

—¿Apoyo? ¡Te adoro! —dijo Emilio, su rostro enrojecido por la emoción—. ¿Podrías... podrías darme tu autógrafo? ¿Y... quizás tu número de WhatsApp?

Se sacó el teléfono, listo para recibir el contacto.

Camila, que había estado observando desde la distancia con su abuela, sintió una punzada de algo que se parecía a la lástima. Emilio siempre había vivido a la sombra de su hermano mayor, buscando desesperadamente algo propio que admirar. Y había elegido a Valeria.

La interacción fue breve, pero reveladora.

Alejandro no solo toleraba la adoración de su hermano hacia Valeria; la facilitaba. Actuaba como un puente, un facilitador, consolidando la imagen de Valeria como una figura admirable dentro de su propia familia.

No era solo su amante. La estaba convirtiendo en un ícono.

Camila observó cómo Alejandro le abría la puerta del elevador a Valeria, cómo Emilio las seguía como un cachorro emocionado.

Se dio la vuelta y le ofreció el brazo a su abuela.

—Vámonos a casa, abuela.

Doña Inés asintió, su rostro era una máscara de desaprobación silenciosa.

Mientras caminaban por el pasillo, el eco de la risa de Emilio resonaba detrás de ellas.

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