La noche cayó sobre la ciudad, pero en la mansión Alcázar, la tormenta apenas comenzaba.
Alejandro entró en la casa, su rostro era una máscara de furia helada. Pasó junto a los sirvientes sin verlos, sus pasos resonando en el vestíbulo de mármol.
Fue directamente a la biblioteca.
La encontró allí.
Valeria estaba sentada en el suelo, rodeada de informes financieros, balances y proyecciones de mercado.
Había círculos oscuros bajo sus ojos, y su cabello, normalmente impecable, estaba desordenado.
Trataba desesperadamente de encontrar una solución, una salida, una forma de mitigar el desastre.
Levantó la vista cuando él entró, sus ojos llenos de una esperanza asustada.
—Ale, he estado pensando... Si podemos reestructurar la deuda de InnovaDrive y...
Él no la dejó terminar.
La ternura, la indulgencia, la protección... todo se había evaporado.
En su lugar, solo había una ira fría y cortante.
—Tu "visión" —dijo, la palabra era un insulto—, nos ha costado una fortuna.
Dio un paso hacia ella, su sombra cubriéndola.
—Y me ha convertido en el hazmerreír de la industria.
Valeria retrocedió, asustada por la intensidad de su furia. Era un lado de él que nunca había visto.
—Yo... yo no podía saberlo, Ale. ¡Nadie podía preverlo!
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, su táctica habitual para conseguir lo que quería. Pero esta vez, no funcionó.
—¡Ella nos tendió una trampa! ¡Camila nos engañó!
La excusa sonaba débil, patética, incluso para ella misma.
Alejandro soltó una risa. Una risa seca, amarga, desprovista de cualquier humor.
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