A la mañana siguiente, el aire en las oficinas de Zenith Dynamics estaba cargado de chismes susurrados.
La noticia se había extendido como la pólvora entre los cubículos y las máquinas de café.
Anoche, Alejandro Alcázar y Valeria Campos se habían quedado trabajando hasta muy tarde. Tan tarde, de hecho, que no habían vuelto a sus respectivas casas.
Un guardia de seguridad los había visto salir juntos del edificio al amanecer.
La implicación era obvia para todos.
Cuando Camila y David Romero llegaron para su reunión matutina, la atmósfera era casi palpable. La gente los miraba de reojo, susurrando detrás de sus manos.
Se encontraron con el Director General de Operaciones, el señor Armando Ríos, cerca de la sala de juntas.
—Qué mañana tan intensa, ¿verdad? —dijo el señor Ríos, con una sonrisa cómplice que no intentaba disimular—. Nuestro CEO es un hombre admirable. Trabaja sin descanso.
David frunció el ceño, sin entender la indirecta.
—No me malinterpreten —continuó Ríos, bajando la voz—. La señorita Campos es igualmente dedicada. Un equipo formidable. Se complementan a la perfección, incluso fuera del horario de oficina.
La insinuación era tan gruesa como el granito.
Camila lo miró, su expresión era completamente neutral. No había sorpresa, ni dolor, ni ira. Nada.
—Sin duda el proyecto está en buenas manos, señor Ríos —respondió ella, su voz era tranquila y profesional—. ¿Le parece si empezamos la reunión? Tenemos una agenda apretada.
El Director General se quedó un poco desconcertado por su falta de reacción. Esperaba un drama, una escena. En cambio, recibió una eficiencia helada.
Entraron en la sala de juntas.
David se inclinó hacia Camila mientras se sentaban.
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