Claudia
Estoy sentada en el mueble empotrado que hay debajo de mi ventada mirando hacia el jardín, anhelando poder salir y tomar un poco de sol, mi piel está demasiado pálida y las puertas que dan al balcón están cerradas con llave, desperté hace un par horas, cansada de seguir con los ojos cerrados fingiendo que duermo, es demasiada pesada la monotonía en la que he estado viviendo durante estos dos años que hasta dormir resulta una necesita asfixiante.
La señora Clara no debe de tardar en entrar, es ella quien se encarga de mi cuidado y de que no me falte nada, además de traerme revistas de todo tipo y la prensa para que me mantenga informada de lo que sucede en el mundo exterior y por más que he leído noticias donde se involucra mi adorado e imbécil esposo, no he podido ver una fotografía decente de él. La señora Clara es como un pancito dulce, amable y cariñosa, como la abuela que nunca tuve, en ocasiones es ella quien cepilla mi cabello hasta que me quedo dormida, una muy buena terapia para ayudarme a descansar.
Gracias a las revistas y periódicos tengo conocimiento sobre las amantes de mi abnegado esposo que no tienen ningún reparo en admitir sus posibles romances, todas lucen tan elegantes y seguras de sí misma cuando yo soy solo una prisionera con deseos de morir ya para acabar con mi sufrimiento, me parece absurda y ridícula la posición que tengo, una esposa que no posee libertad para salir ni siquiera al jardín cuando él se la pasa revolcándose en la cama de esas mujeres. El sonido de la puerta me saca de mis pensamientos, sin embargo, me mantengo observando hacia el jardín, estoy harta de toda esta maldita situación.
—Buenos días, señora Mobasseri —saluda cordial como cada día. Es la rutina, odio que me llame señora Mobasseri.
—Buenos días, Señora Clara, ¿Cuándo volverá el señor Mobasseri? —cuestiono siguiendo el patrón que nos hemos planteado desde que llegue a esta mansión.
—Le gustará saber que el señor Mobasseri, autorizo que salga de su habitación hoy —maldito nazi, me cree de su propiedad por haberme comprado, bueno viéndolo así, si soy de su propiedad.
—¿De verdad? ¿Y no dijo cuándo se moriría? —pregunto con evidente molestia, salir de esta habitación no es lo único que quiero—. Al fin recordó la mercancía que tiene encerrada en estas cuatro paredes —la señora Clara niega con la cabeza en señal de desaprobación, pero se guarda su comentario.
Como de costumbre ordena que me sirvan el desayuno dentro de la habitación y se queda a acompañarme hasta que termino, me saca la ropa que he de usar que al final de cada día vuelve a guardar, después del primer mes de encierro deje de arreglarme y opte por usar pijama únicamente.
—Por la noche tendrá que usar este vestido y vendré para ayudarla a que se arregle —observo el hermoso vestido que coloca delante de mí, es de color rojo, ceñido al cuerpo y muchas piedras delineando el contorno de la cintura y que se extiende hasta una pequeña cola en la parte trasera del vestido.
El vestido es sencillamente hermoso, nunca en mi vida me he colocado algo igual ni siquiera cuando vivía con mis padres. No obstante una duda se instala en mi mente, ¿A qué se debe tanta elegancia? Por lo que sé mi esposo no es de la realeza, a pesar de que la fortuna que posee bien podría decirse que viene de diez generaciones de señores Mobasseri, que han perpetuado su linaje, o eso es lo que dicen.
—¿Por qué precisamente hoy se me dejará salir? —cuestiono deteniendo a la señora Clara de sus labores.
—El señor Mobasseri, llega hoy de su viaje para celebrar con su esposa el aniversario de bodas —siento la opresión en mi pecho al recordar el día que desperté desorientada dentro de esta misma habitación, hoy se cumplen exactamente dos años de aquello y mi comprador pretende festejarlo.
—Soy su esposa legalmente, pero eso no significa que yo deba celebrarlo —indico—, puede guardar todas esas cosas, porque no pienso usarlas —digo haciendo un ademán con las manos, no voy a formar parte de su circo.
Como si de verdad le importara el hecho de que yo sea su esposa, eso no le ha impedido andar de arrastrado con todas esas mujerzuelas mientras yo veo mi vida pasar en estas cuatro paredes, vendida por mi familia y comprada por un desconocido que nunca se ha interesar en mí, siento tanto odio por todos, me han arrebatado la vida.
—Le recomiendo que asista a la cena. Es un evento elegante y estarán presentes muchas personas importantes —dice con tranquilidad.
Mi mundo se ha vuelto de un gris muy oscuro.
—Si no hay más preguntas, me retiro señora —dice con un deje de lástima.
—Voy a necesitar a alguien para que me peine y maquille —murmuro antes de que salga por completo. Si esta noche he de ser la señora de la casa, es necesario que cumpla con mi papel a la perfección.
Cuando la puerta se cierra por completo giro sobre mis talones y me acerco al vestido, cuando me lo mostró se veía realmente hermoso.
Y lo es, la señora Clara tiene buen gusto, exquisito a decir verdad, es demasiado llamativo y sensual. Supongo que como esposa del presidente y dueño de la firma Mobasseri, debo lucir como toda una dama de la alta sociedad, pero aún me faltan las zapatillas, además no tengo accesorios que combinen, en realidad nunca he tenido cosas como esas en mi vida, mi madre siempre me decía que era muy ordinaria para ponerme algo tan elegante.
Ahora no solo me vestiré como una dama, sino que seré el centro de atención de la noche, supongo que nadie tiene conocimiento sobre mí, nadie absolutamente nadie, sabe que el señor Mobasseri tiene esposa, el muy maldito me mantiene encerrada en esta cueva sin salida.
Odio a mi esposo.
Me pregunto si alguna vez seré feliz realmente, nunca lo he sido y por cómo pintan las cosas, ahora no solo no seré feliz jamás, sino que tampoco tendré nunca mi libertad, la libertad que tanto amo, extraño a mi mejor amiga, Isabel, ella sabe todo de mí entre nosotras no había secretos y siempre que la necesitaba ella estaba ahí para consolarme y darme ánimos para continuar.
El día parece tener prisa por darle paso a la noche, ni siquiera me di cuenta de en qué momento había pasado tanto tiempo o tal vez sea la ansiedad que me hace ver que el día pasa volando ante mis ojos. Ahora me encuentro en la tina de baño, sumergida en agua caliente para destensar los músculos de mi cuerpo, me siento agarrotada de tanto estar sentada o acostada. La señora Clara no debe de tardar en subir con la ayuda que le pedí para mi cabello y el maquillaje, no obstante, no tengo apuros por salir de mi momento de relajación. El señor Mobasseri puede esperar como lo he hecho yo todo este tiempo encerrada en esta maldita mansión mientras me marchito en silencio.

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