—¿Quieres una manzana acaramelada? —le preguntó Gabriel a Camila, su voz era una interrupción bienvenida al tenso silencio—. Son mi debilidad navideña.
—Claro, ¿por qué no? —respondió ella, apartando la vista de la escena al otro lado de la plaza.
Mientras Gabriel se abría paso entre la gente para llegar al puesto de dulces, Alejandro y Valeria observaban cada uno de sus movimientos.
Vieron cómo le entregaba la manzana a Camila con una sonrisa. Vieron cómo ella la aceptaba, sus dedos rozándose por una fracción de segundo.
La mandíbula de Alejandro se tensó.
La sonrisa de Valeria se convirtió en una mueca de hielo.
Los fuegos artificiales llegaron a su espectacular final. La multitud aplaudió.
—Bueno, creo que es hora de que me vaya —dijo Camila cuando Gabriel regresó—. Gracias por la compañía. Y por la manzana.
—Ha sido un placer, Camila. Feliz Navidad.
—Feliz Navidad, Gabriel.
Se despidieron con un simple asentimiento y cada uno se fue en una dirección diferente.
A unos metros de distancia, Rodrigo Ibáñez se encontró con Gabriel Corcuera.
—¡Gabriel! ¡Qué sorpresa! ¿Disfrutando de las fiestas?
—Rodrigo. Sí, algo así —respondió Gabriel con una sonrisa enigmática.
La mirada de Rodrigo se desvió hacia una cafetería cercana, donde vio a Alejandro bajar a Isa de sus hombros.
—Vaya, vaya. Así que el rumor era cierto —murmuró para sí mismo.
—¿Qué rumor?
—Que Alejandro Alcázar tenía una hija. Nunca la saca en público. Debe ser por la esposa. Pobre Valeria, tener que lidiar con eso.
Movido por un impulso protector, Rodrigo se despidió de Gabriel y se dirigió a la cafetería. Quería asegurarse de que Valeria estuviera bien.
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