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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 128

Cuando Camila entró en la habitación, el ambiente era sorprendentemente sociable.

Fernando Beltrán y Santiago Herrera estaban allí, sentados en los sillones, platicando animadamente con Alejandro. Doña Elvira parecía encantada con la atención.

La llegada de Camila interrumpió la conversación. Todos se giraron para mirarla.

—Camila, qué bueno que llegas —dijo Alejandro, su tono era el de un anfitrión cortés—. Quédate a cenar. Acabamos de pedir comida.

Santiago la miró con una sonrisa burlona, como si estuviera disfrutando de la farsa. Fernando, en cambio, tenía una expresión más compleja, una mezcla de curiosidad y simpatía.

—Gracias, pero ya tengo planes —respondió Camila, su voz era tranquila pero firme.

Se acercó a la cama para despedirse de Doña Elvira.

—Que descanses, abuela. Vendré a verte mañana por la mañana.

—No te vayas tan pronto, mija —dijo la anciana.

—Tengo trabajo que terminar —mintió Camila suavemente.

Se dio la vuelta para irse.

—Camila —la detuvo la voz de Alejandro.

Ella se giró en la puerta.

—Isa se quedó en casa de tu abuela —dijo él, no como una pregunta, sino como una simple declaración de hechos—. Quería quedarse contigo otra noche.

El mensaje era claro: tu hija está contigo. Nuestra conexión no se ha roto.

Camila simplemente asintió y salió de la habitación.

Mientras esperaba el elevador, vio a Valeria Campos caminar por el pasillo. Se dirigía directamente a la habitación de la abuela. Las dos mujeres cruzaron miradas por una fracción de segundo. No hubo palabras. Solo un reconocimiento silencioso de sus posiciones en este tablero de ajedrez.

Camila entró en el elevador.

—Licenciado. ¿Hay alguna novedad?

—Sí. Acabo de recibir una comunicación del abogado del señor Alcázar. Hay una modificación en la propuesta del acuerdo de divorcio.

Camila contuvo la respiración. ¿Se habría arrepentido? ¿Intentaría quitarle algo?

—El señor Alcázar ha decidido añadir tres propiedades a la división de bienes a su favor —continuó el abogado, su voz sonaba un poco desconcertada—. Son tres departamentos de lujo en la torre Antara, en Polanco. El valor estimado de cada uno supera los cien millones de pesos.

Camila se quedó sin palabras.

¿Qué significaba esto? ¿Era un regalo de despedida? ¿O un intento de comprar su silencio?

—Señora, ¿sigue ahí? —preguntó el abogado.

—Sí... sí, aquí estoy. Gracias por informarme, licenciado.

Colgó el teléfono, su mente era un torbellino.

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