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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 163

El café en el que Adrián Leyva se reunió con su antiguo colega era ruidoso y estaba lleno de gente. Perfecto para una conversación que nadie debía escuchar.

Miguel era un buen ingeniero de software, pero siempre se había quejado de su sueldo, de la falta de reconocimiento. Adrián contaba con su resentimiento.

—...cincuenta millones de pesos, Miguel. Limpios —dijo Adrián en voz baja, deslizando una servilleta con la cifra escrita sobre la mesa—. Solo por un archivo.

Los ojos de Miguel se abrieron como platos. La cantidad era una locura. Podría retirarse. Podría comprar una isla.

—¿Qué archivo? —preguntó, intentando que su voz sonara casual.

—Ya sabes cuál. El corazón de la bestia. "Cuántico".

Miguel tragó saliva. Esto era espionaje industrial del más alto nivel.

—No lo sé, Adrián. Es... es muy arriesgado.

—El único riesgo es seguir trabajando por un sueldo de miseria mientras Elizalde y Romero se hacen multimillonarios con nuestro trabajo —replicó Adrián, su voz era un veneno—. Piénsalo. Tienes veinticuatro horas.

Se levantó y se fue, dejando a Miguel solo con la servilleta y la tentación.

Miguel no esperó veinticuatro horas.

Ni siquiera esperó veinticuatro minutos.

En cuanto salió del café, caminó a paso rápido las tres cuadras que lo separaban de las oficinas de Axon AI.

No fue a su cubículo. Subió directamente al último piso.

Entró en la oficina de David Romero sin llamar, su rostro pálido y sudoroso.

David levantó la vista, sorprendido.

—Miguel, ¿qué pasa?

—Señor Romero... tenemos que hablar.

David lo escuchó en un silencio atónito, su expresión pasando de la confusión a una furia helada.

Cuando Miguel terminó, David se puso de pie.

—Espérame aquí.

Fue a la oficina de Camila. Miguel lo siguió, nervioso.

Repitió la historia por segunda vez.

Camila lo escuchó con una calma absoluta. No hubo sorpresa. No hubo ira. Sus ojos, fijos en Miguel, eran fríos y analíticos.

Se giró para mirarla. Ella seguía sentada en su silla, con las manos entrelazadas sobre el escritorio.

Una sonrisa lenta, calculadora y absolutamente aterradora se dibujaba en su rostro.

—No, David. No vamos a detenerlo.

Se levantó y se acercó a la pizarra blanca, tomando un marcador.

—Vamos a ayudarlo.

David la miraba, completamente desconcertado.

—¿Ayudarlo? ¿A robar nuestro código? ¡Camila, has perdido la cabeza!

—Al contrario, David. Nunca la había tenido tan clara —dijo, su voz era un susurro gélido—. Valeria Campos quiere jugar a ser espía. Quiere mi tecnología.

Se giró para mirarlo, y sus ojos brillaban con la luz de una depredadora que acaba de ver a su presa caer en la trampa perfecta.

—Pues vamos a dársela.

Destapó el marcador y comenzó a dibujar un nuevo diagrama en la pizarra.

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