Valeria entró en la oficina de Alejandro en la cima de la torre del Consorcio Alcázar.
No entró como una amante buscando consuelo. No entró como una subordinada pidiendo un favor.
Entró como una salvadora.
Alejandro estaba de pie junto al ventanal, con la mirada perdida en la ciudad. El fiasco de InnovaDrive todavía pesaba sobre él, una mancha en su historial impecable.
Estaba desesperado por una victoria.
—Ale.
Él se giró. La expresión de ella, una mezcla de confianza y emoción contenida, lo intrigó.
—Lo he conseguido —dijo ella, su voz era un susurro cargado de triunfo.
Colocó el pequeño USB sobre su escritorio de obsidiana.
—¿Qué es esto?
—Es el futuro.
Valeria le sonrió, una sonrisa radiante y misteriosa.
—Mi equipo de investigación y desarrollo en Zenith. Han estado trabajando en esto en secreto durante meses.
La mentira salió de sus labios con una facilidad asombrosa.
—Basándose en nuevos paradigmas teóricos, han desarrollado algo... revolucionario.
Alejandro tomó el USB, escéptico. Lo conectó a su terminal segura y proyectó el código en la pantalla holográfica de la oficina.
Las líneas de "Cuántico" llenaron el aire, un tapiz de lógica verde brillante.
Alejandro comenzó a leerlo. Su escepticismo inicial se desvaneció, reemplazado por un asombro creciente.
La elegancia de la arquitectura, la eficiencia de los algoritmos... Era brillante. Demasiado brillante.
Una duda cruzó su mente. Parecía demasiado avanzado para ser un desarrollo interno.
Pero entonces miró a Valeria. Vio el orgullo en sus ojos, la pasión en su rostro.
Y quiso creerle.
Necesitaba creerle.
Necesitaba una forma de contraatacar, de recuperar su posición, de borrar la humillación.
—Esto... —dijo finalmente, su voz era un susurro de asombro—. Esto lo cambia todo, Valeria. Es brillante.
Se levantó y caminó hacia ella. La tomó por los hombros, sus ojos brillando con una nueva luz.
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