La voz de Armando Alcázar quedó suspendida en el aire tenso de la sala de juntas.
—...que levanten la mano.
Justo cuando las manos de los miembros de la junta comenzaban a alzarse, lentas pero inexorables, la puerta de la sala se abrió.
El asistente de Armando entró con pasos rápidos y silenciosos. Se inclinó y le susurró algo al oído.
La expresión de Armando pasó de la severidad a una sorpresa helada.
—Un momento —dijo, su voz era un gruñido bajo.
Hizo un gesto a su asistente.
—Ponlo en la pantalla principal.
El asistente tecleó algo en una tableta, y la enorme pantalla de vídeo que dominaba una de las paredes de la sala cobró vida.
La imagen que apareció hizo que un jadeo colectivo recorriera la habitación.
Era Valeria Campos.
Estaba sentada en un estrado, frente a un mar de micrófonos y cámaras. Era una rueda de prensa improvisada, transmitida en vivo a nivel nacional.
Su rostro estaba bañado en lágrimas. Se veía frágil, vulnerable, rota.
Una periodista le hizo una pregunta.
Valeria se secó una lágrima con un gesto tembloroso y se inclinó hacia el micrófono.
—Fui engañada —dijo, su voz quebrada por la emoción.
En la sala de juntas, el silencio era total.
Alejandro observaba la pantalla, su rostro se había vuelto una máscara de piedra. La sangre había desaparecido de su cara, dejándolo pálido como un fantasma.
—El señor Alcázar me aseguró que la tecnología era un desarrollo legítimo de Zenith Dynamics —continuó Valeria, su voz ganando una fuerza trágica—. Me presionó para que la presentara. Me dijo que era mi oportunidad de demostrar mi valía.
Miró directamente a la cámara, sus ojos llenos de una sinceridad perfectamente actuada.
—Usó mi confianza. Usó mi afecto por él para sus propios fines. Yo creí en él.
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