La oficina de Camila en Axon AI era un santuario de calma y orden en mitad de la noche.
Las luces de la ciudad se extendían bajo ella como una alfombra de diamantes, pero ella no las veía.
Estaba de pie frente a una gran pantalla táctil, revisando los planos arquitectónicos.
No eran diagramas de circuitos ni proyecciones financieras.
Eran los planes para la nueva guardería y centro de desarrollo infantil que Axon AI iba a construir para sus empleados.
Era un proyecto personal. Su forma de asegurarse de que ninguna otra mujer en su empresa tuviera que elegir entre su carrera y sus hijos.
Había diseñado cada detalle: las aulas llenas de luz natural, el jardín sensorial, el currículo basado en el aprendizaje a través del juego.
Era su legado. Un futuro que estaba construyendo, no con algoritmos, sino con compasión.
Su teléfono vibró sobre el escritorio, un zumbido solitario en el silencio de la oficina.
Lo miró.
Era un mensaje de texto.
De un número que no tenía guardado en sus contactos, pero cuyo patrón de dígitos reconocería en cualquier parte.
Alejandro.
Su primer instinto fue ignorarlo. Borrarlo. Continuar con su trabajo.
Pero algo, una curiosidad persistente, la hizo tomar el teléfono.
Deslizó el dedo por la pantalla.
El mensaje era corto.
Tan corto que parecía desproporcionado con el peso de los siete años que contenía.
No había disculpas. No había excusas. No había justificaciones.
Solo una admisión de derrota.
Isa te necesita.
Camila leyó la primera frase y sintió una punzada familiar de responsabilidad.
Luego, leyó la segunda.
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