Un año después.
El sol de la tarde se reflejaba en las facetas de cristal y acero del nuevo monolito que dominaba el horizonte de Santa Fe.
La nueva sede de Axon AI no era un edificio de oficinas. Era una declaración. Una escultura arquitectónica de líneas limpias y audaces que parecía desafiar la gravedad, un faro de innovación visible desde kilómetros a la redonda.
En el interior, en la oficina de la esquina del último piso, las paredes eran de cristal inteligente, ofreciendo una vista panorámica de 180 grados de la Ciudad de México.
Camila Elizalde finalizó su videoconferencia global con un gesto de la mano, y la pantalla holográfica que flotaba en el centro de la habitación se disolvió en el aire.
Se recostó en su silla de diseño ergonómico, un suspiro de satisfacción escapando de sus labios.
Sobre su escritorio de roble blanco, junto a una tableta que mostraba datos del mercado de valores en tiempo real, descansaba un ejemplar de la última edición de "Forbes Tech".
En la portada, su propio rostro le devolvía la mirada.
La foto la mostraba con una expresión serena, casi enigmática, sus ojos oscuros brillando con una inteligencia que ya nadie se atrevía a subestimar.
El titular, en letras blancas y audaces, lo decía todo: "CAMILA ELIZALDE: LA MUJER QUE REDEFINIÓ LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL".
Se había convertido en un ícono. Una figura de renombre mundial cuya opinión era buscada por gobiernos y corporaciones por igual.
La puerta de su oficina se deslizó hacia un lado sin hacer ruido.
Una niña de siete años, con el cabello oscuro recogido en dos trenzas y unos ojos brillantes llenos de energía, entró corriendo. Llevaba una pequeña bata de laboratorio sobre su uniforme escolar.
—¡Mami, mami!
Camila se giró, y la CEO formidable desapareció, reemplazada instantáneamente por una madre. Una sonrisa genuina y llena de amor iluminó su rostro.
—Hola, mi amor. ¿Cómo estuvo la clase de robótica?
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