La casa de Camila no era una mansión.
No había columnas de mármol ni candelabros de cristal. No había salones de baile vacíos ni pasillos que resonaran con la soledad.
Era una obra maestra de la arquitectura moderna, enclavada en una colina boscosa en las afueras de la ciudad. Una estructura de cristal, madera y piedra que parecía fundirse con la naturaleza que la rodeaba.
Era cálida, luminosa y estaba llena de vida.
El timbre sonó puntualmente a las siete de la tarde del viernes.
Isa corrió a abrir la puerta, sus pies descalzos golpeando suavemente el suelo de madera pulida.
—¡Tío David!
David Romero estaba de pie en el umbral, con una torre de cajas de pizza en una mano y una sonrisa que le arrugaba las comisuras de los ojos.
—¡Mi ingeniera favorita! ¿Lista para nuestra noche de pizza y películas?
—¡Sí! ¡Mamá ya puso las palomitas!
La dinámica era un ritual. Un ancla de normalidad y afecto en sus ocupadas vidas.
Comieron en la enorme isla de la cocina de diseño abierto, que se integraba perfectamente con la sala de estar. El aroma de la albahaca fresca y el queso derretido llenaba el aire.
Isa, sentada entre ellos, les contaba sobre su semana en la escuela, gesticulando con un trozo de pizza en la mano.
Cuando la niña finalmente se fue a poner su pijama, David y Camila se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la calma.
—Acabo de recibir el informe de la oficina de Berlín —dijo David, su tono era casual, mezclando sin esfuerzo los negocios con la amistad—. La expansión a Europa va mejor de lo previsto. Estamos listos para lanzar "Nexus" en el mercado alemán el próximo trimestre.
Camila asintió, tomando un sorbo de vino.
—Excelente. Asegúrate de que el equipo legal tenga todas las patentes europeas en orden. No quiero sorpresas.
—Ya me encargué.
David la miró, su expresión se suavizó, el afecto fraternal brillando en sus ojos.
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