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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 4

En la mansión de la Ciudad de México, Isabel estaba sentada en los escalones de la entrada, con la barbilla apoyada en las rodillas.

Valeria se iba. Su tía Vale regresaba a Monterrey.-

La niña sentía un nudo en la garganta. ¿Quién le leería cuentos por la noche? ¿Quién le haría trenzas por la mañana?

Su padre, Alejandro, se arrodilló a su lado.

—No estés triste, mi vida. La tía Vale solo se adelanta. Nosotros dos volaremos a Monterrey en un par de días para alcanzarla.

Los ojos de Isabel se iluminaron al instante.

—¿De verdad, papi? ¿Tú y yo?

—Te lo prometo.

La tristeza se evaporó, reemplazada por una oleada de emoción. ¡Iría a Monterrey! Podría volver a ver a tía Vale muy pronto.

En medio de su alegría, un pensamiento fugaz cruzó su mente.

Mamá.

Su mamá también estaba en Monterrey.

Sintió un impulso repentino, una punzada de algo que se parecía a la nostalgia. Hacía días que no hablaba con ella.

Se levantó de un salto y corrió a buscar el teléfono de la casa.

Marcó el número de su madre de memoria, un número que había aprendido antes de saber leer.

El teléfono sonó una vez en su oído.

Sonó dos veces.

Mientras esperaba, un nuevo pensamiento, agrio y molesto, se abrió paso.

Si mamá estaba en Monterrey, intentaría acaparar todo su tiempo. No la dejaría jugar con tía Vale. Empezaría a decirle otra vez que Valeria no era su t-ía de verdad.

La emoción se convirtió en irritación.

¿Por qué mamá tenía que ser así? Tía Vale era mucho más divertida.

Con un bufido de frustración, Isabel colgó el teléfono bruscamente, justo cuando estaba a punto de ser contestado.

En Monterrey, a miles de kilómetros de distancia, el sonido del teléfono despertó a Camila de un sueño profundo.

Tardó un segundo en orientarse en la oscuridad de su nuevo apartamento.

Miró la pantalla. “Isa”.

Su corazón dio un vuelco. Se sentó de golpe en la cama.

Finalmente, la voz de Elena regresó, más suave esta vez.

—Señora, la niña está perfectamente. Está profundamente dormida en su cama.

Camila frunció el ceño.

—¿Dormida? Pero… me llamó hace menos de cinco minutos.

—Quizás estaba soñando, señora. O lo hizo sin querer. A veces los niños hacen esas cosas. Está bien abrigada y ni siquiera se ha movido.

La explicación tenía sentido, pero no disipaba del todo la extraña sensación en su pecho.

—De acuerdo… Gracias, Elena. Siento haberte despertado.

—No es ninguna molestia, señora. Descanse usted.

Camila colgó el teléfono y se quedó sentada en la oscuridad.

Miró la pantalla de su celular, el nombre de su hija brillando en el registro de llamadas perdidas.

Se dejó caer de nuevo sobre la almohada, pero sabía que ya no podría volver a dormir.

Cerró los ojos con fuerza.

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