El campus del Tecnológico de Monterrey estaba lleno de vida. Exalumnos de todas las generaciones paseaban por los jardines, recordando viejos tiempos durante la celebración del aniversario de la universidad.
Camila se sentía extrañamente en casa. Hacía años que no pisaba ese lugar.
—¡No puedo creer que seas tú!
Una voz familiar la sacó de sus pensamientos. Se giró y vio a David Romero, su mentor y cofundador de Axon AI, acercándose con una enorme sonrisa.
—Te ves… diferente —dijo él, estudiándola—. Más ligera.
Camila se rio.
—Me siento más ligera.
Pasearon por los pasillos que una vez recorrieron como estudiantes, hablando de todo y de nada. Terminaron en una pequeña cafetería con vistas al Cerro de la Silla.
—Entonces, ¿es oficial? —preguntó David, yendo al grano—. ¿El genio de la IA vuelve a la acción?
Camila tomó un sorbo de su americano.
—Voy a divorciarme, David.
La noticia no pareció sorprenderlo. Él simplemente asintió, su mirada comprensiva.
—Ya era hora. Ese tipo nunca te mereció. Axon AI te ha echado de menos. Te he echado de menos.
—Yo también he echado de menos esto —admitió ella, mirando a los estudiantes que pasaban con sus laptops y sus sueños—. Estoy lista. Quiero volver. De verdad.
—La junta directiva se va a volver loca de alegría. Tu asiento siempre ha estado esperándote, Cami.
Mientras discutían los detalles de su reincorporación, el celular de Camila vibró.
Era un número desconocido, pero con el prefijo de la Ciudad de México. Dudó un instante antes de contestar.
—¿Bueno?
—¿Camila? Soy Carolina.
La voz de su cuñada, la hermana mayor de Alejandro, sonaba autoritaria y molesta.
—¿Dónde diablos te has metido? Alejandro e Isa llegan mañana y la casa de Monterrey es un desastre. La servidumbre dice que no te ha visto en días.
Camila apretó la mandíbula.
—Estoy ocupada, Carolina.
—Ocupada o no, tu deber es tener la casa lista para tu esposo y tu hija. Quiero que vayas ahora mismo y te asegures de que todo esté perfecto. Y prepara la cena, a Alejandro le gusta tu estofado.
La audacia de la orden la dejó sin aliento. Durante siete años, había obedecido esas órdenes sin rechistar.
Pero ya no.
—No.
Hubo un silencio de estupefacción al otro lado de la línea.
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