—¿Estás segura de esto?
La voz de David Romero sonaba tensa a través del teléfono.
—Completamente —respondió Camila, mirando una serie de correos electrónicos en la pantalla de su computadora—. La secretaria del profesor Reyes me lo acaba de confirmar. La cita es para mañana por la mañana.
David suspiró.
—Alejandro Alcázar reuniéndose con tu mentor. Solo hay una razón para que eso suceda.
—Lo sé —dijo Camila con calma—. Quiere que el profesor acepte a Valeria como su alumna.
El silencio al otro lado de la línea estaba cargado de indignación.
—¡Es el colmo de la audacia! ¡Intentar comprarle un lugar en el círculo más elitista de la IA! El profesor Reyes nunca aceptaría.
—Probablemente no. Pero Alejandro tiene que intentarlo. Es otra forma de compensación. La humilló en la gala al no conseguirle el puesto en Axon, y ahora está usando su influencia para abrirle otra puerta. Es predecible.
La total falta de emoción en la voz de Camila sorprendió a David. No había ira, ni celos. Solo un análisis frío y distante.
—¿No te molesta? —preguntó él, genuinamente curioso.
—¿Por qué habría de molestarme? —replicó ella—. Lo que él haga con su tiempo y su dinero ya no es de mi incumbencia. Es un problema de negocios, no uno personal. Valeria no tiene el nivel para ser alumna del profesor. Es un esfuerzo inútil.
Colgó la llamada y volvió a su trabajo, su mente ya inmersa de nuevo en complejos problemas de encriptación.
La coraza que había construido a su alrededor era cada vez más gruesa, más impenetrable.
Esa noche, cuando Alejandro regresó a la mansión, el ambiente era glacial. Doña Elvira se había ido a la cama temprano, dejándolos solos en el vasto silencio de la casa.
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