Camila se envolvió en su bata de seda y regresó al interior de la villa. La humillación en la piscina termal había sido la gota que colmaba el vaso. Se sentía agotada por el esfuerzo constante de fingir.
Abrió su laptop sobre el escritorio de madera de la habitación. El brillo de la pantalla era un refugio familiar, un mundo de lógica y orden que contrastaba con el caos de su vida personal. El trabajo era su armadura.
Una hora más tarde, llamaron suavemente a su puerta.
Era Isa, con el pijama puesto y el cabello todavía húmedo.
—Mami, ¿no vas a bajar a cenar? El tío Santiago y el tío Fer ya llegaron. Y también vino Vale.
La mención de los nombres, especialmente el último, no provocó ninguna reacción en el rostro de Camila. Su corazón ya era un músculo entumecido.
—No, mi amor. Tengo mucho trabajo que terminar para mañana —respondió, su voz era suave pero firme.
Señaló la pantalla llena de líneas de código.
—Esto es muy importante. No puedo dejarlo.
Isa hizo un puchero.
—Pero la abuela dijo que teníamos que cenar todos juntos.
—Dile a tu papá que me sentía un poco indispuesta y que prefería descansar. Él entenderá.
Era una excusa perfecta, una que preservaba las apariencias sin obligarla a participar en la farsa.
Isa la miró por un momento, sus ojos grandes reflejando una confusión que Camila no supo cómo aliviar. Finalmente, la niña asintió y salió de la habitación.
Camila escuchó sus pequeños pasos alejándose por el pasillo.
Abajo, en la gran terraza iluminada por antorchas, el ambiente era animado. Alejandro, Santiago y Fernando platicaban junto a la fogata, mientras Valeria servía bebidas.
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