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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 64

El gran salón del Hotel St. Regis estaba bañado en una luz dorada. Candelabros de cristal colgaban del techo como constelaciones heladas, y el murmullo de la élite de la Ciudad de México llenaba el aire.

Camila, con un elegante vestido negro que contrastaba con la opulencia del lugar, se sentía como un fantasma en el festín. A su lado, Carla observaba la escena con ojos críticos.

—Al menos el champán es bueno —susurró Carla, dándole un codazo amistoso.

Encontraron sus asientos asignados, discretamente ubicados en una de las mesas laterales. Desde allí, tenían una vista perfecta del centro del poder.

Y en el epicentro de ese poder, en la mesa principal, justo en la primera fila, estaban Alejandro Alcázar y Valeria Campos.

Él, impecable en su esmoquin. Ella, deslumbrante con un vestido de diamantes que captaba la luz con cada uno de sus movimientos. Parecían reyes presidiendo su corte.

La subasta comenzó. Los lotes, desde obras de arte contemporáneo hasta viajes exóticos, se sucedían con rapidez.

Cuando un brazalete de diamantes y zafiros salió a la puja, la paleta de Valeria se levantó casi al instante.

El subastador sonrió.

—Cien mil dólares de la señorita Campos.

Otro postor levantó la mano.

—Ciento cincuenta mil.

Valeria ni siquiera miró a su competidor. Simplemente volvió a levantar su paleta. Alejandro, a su lado, le susurró algo al oído y ella sonrió, radiante.

La puja subió rápidamente. Doscientos mil. Doscientos cincuenta.

Cuando la cifra alcanzó los trescientos mil dólares, el otro postor se retiró.

Valeria había ganado su primer trofeo de la noche. Y lo había hecho con la displicencia de quien compra un café.

El siguiente lote fue un jarrón de la dinastía Ming. De nuevo, la paleta de Valeria se alzó.

Esta vez, su competidor era un joven de rostro arrogante sentado en una mesa cercana. Camila lo reconoció por las revistas de sociales: Rodrigo Ibáñez, el heredero de un imperio naviero.

—Quinientos mil dólares —dijo Rodrigo, su voz era un desafío.

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