Después de una serie de lotes de joyería y arte moderno, el subastador anunció un cambio de ritmo.
—Y ahora, una pieza verdaderamente especial. Un panel de seda bordado a mano de principios del siglo XX, que representa a las cien aves del paraíso. Una obra maestra del arte textil.
En la pantalla gigante apareció la imagen. Era un tapiz exquisito, los hilos de seda de colores vibrantes creando una escena de una belleza impresionante.
El corazón de Camila dio un vuelco.
Era el estilo exacto que amaba su abuela. Era el regalo perfecto. Sutil, elegante, lleno de historia.
—Puja inicial, veinte mil dólares —anunció el subastador.
Camila levantó su paleta. Sabía que su presupuesto era limitado, pero tenía que intentarlo.
—Veinte mil dólares de la señora en la mesa doce.
Justo cuando el subastador iba a continuar, otra paleta se alzó en la primera fila.
Era Valeria.
Sus ojos se encontraron con los de Camila a través del salón, y una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios.
—Treinta mil dólares —dijo el subastador.
Camila respiró hondo y volvió a levantar su paleta.
—Cuarenta mil.
—Cincuenta mil —replicó Valeria al instante.
La intención era obvia. No le interesaba el bordado. Le interesaba humillarla.
—Cami, déjalo —susurró Carla—. No vale la pena.
Pero Camila no podía. Era por su abuela.
—Sesenta mil —dijo, su voz apenas un susurro que el asistente de la mesa repitió.
—Cien mil —dijo Valeria, su voz sonando aburrida, como si el juego ya la estuviera cansando.
La cifra era un muro. Camila sabía que no podía competir. Su tarjeta de crédito tenía un límite.
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