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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 69

Unos días después, Camila tenía una cena de negocios con David y un cliente potencial, el señor Ferrer, un industrial de la vieja escuela.

Eligieron un restaurante discreto en la Condesa, conocido por su excelente comida y su ambiente tranquilo.

Estaban discutiendo los detalles de un contrato cuando una voz chillona y familiar rompió la armonía del lugar.

—¡Pero qué coincidencia tan maravillosa!

Camila levantó la vista. De pie, junto a su mesa, estaba la abuela de Valeria, la señora Campos, acompañada por Ángela Solís. Detrás de ellas, vio a Alejandro y al resto del clan Campos en una mesa grande.

La señora Campos le sonreía, pero sus ojos eran dos esquirlas de hielo.

—Camila, querida. Qué gusto verte. Hace mucho que no nos vemos.

David se puso tenso a su lado.

—Señora Campos, Ángela. Buenas noches —dijo Camila, su tono era educado pero distante.

—No seas tan formal, niña —intervino Ángela, su voz era falsamente dulce—. Después de todo, casi somos familia. O al menos, lo fuimos.

Se inclinó, su perfume caro invadiendo el espacio de Camila.

—Escuché lo de la subasta. Qué pena que no pudieras comprarle un regalo a tu abuela. Pero no te preocupes. Alejandro es tan generoso. Siempre se asegura de que nadie quede desatendido.

La insinuación era clara, un dardo envenenado diseñado para humillarla.

Camila la miró fijamente.

—Mi abuela recibirá un regalo maravilloso. De mi parte —dijo, su voz era tranquila pero cortante—. No necesito la caridad de nadie.

La sonrisa de Ángela vaciló.

El señor Ferrer, que había observado la escena con una confusión evidente, se inclinó hacia Camila.

—Disculpe mi indiscreción, señorita Elizalde —dijo en voz baja—. Pero... esa gente parece importante. ¿Está segura de que es prudente enemistarse con ellos? En los negocios, a veces hay que ser... diplomático.

Camila lo miró, y una sombra de la mujer que había sido, la que siempre cedía por el bien de la paz, pasó por sus ojos.

Luego, desapareció.

—Señor Ferrer —dijo, su voz era tan afilada como el cristal roto—. La diplomacia es para negociar con iguales.

Señaló discretamente con la cabeza hacia la mesa de los Campos.

—Eso no es una negociación. Es una plaga. Y a las plagas no se les tiene diplomacia. Se les extermina.

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