El cumpleaños de su abuela se acercaba, un faro de calidez en medio de la tormenta. Para Camila, era un evento innegociable. Y la presencia de Isa era una parte esencial de ese ritual familiar.
Sabía que no podía simplemente aparecer y llevarse a la niña. Necesitaba coordinarlo. Necesitaba, por primera vez, tratar con Alejandro como un socio logístico en la crianza de su hija.
Con un suspiro, marcó el número de Isa. La llamada fue contestada casi de inmediato.
—¿Mami?
—Hola, mi amor. ¿Cómo estás? —preguntó Camila, su voz suavizándose instintivamente.
—Bien. Estoy cenando con papá.
—Qué bueno, cariño. Te llamo por algo importante. El sábado es el cumpleaños de la abuela Inés. Es su fiesta. Tienes que venir, ¿de acuerdo?
Hubo una pausa al otro lado de la línea, seguida de un murmullo indistinto. Pudo oír a Isa hablando con su padre.
—Pásame a tu papá, por favor —dijo Camila, su tono volviéndose más firme, más profesional.
Otro murmullo, y luego la voz profunda de Alejandro llenó la línea.
—¿Qué pasa?
—El sábado es el cumpleaños de mi abuela —dijo Camila, su voz era fría y directa, desprovista de cualquier formalidad conyugal—. Isa tiene que estar allí. Es a las siete de la tarde en el Hotel Marquis.
—Lo sé. Ya lo tenía en la agenda.
—¡Adiós, mami! —dijo Isa, su voz de nuevo alegre.
La llamada se cortó.
Camila se quedó mirando el teléfono en silencio.
Había conseguido lo que quería. Había establecido un nuevo protocolo de comunicación. Él la había tratado como una igual en un asunto de logística parental.
Pero el precio de esa pequeña victoria era el recordatorio constante de que, en el corazón de su hija, ella siempre estaría compitiendo por el tiempo y el afecto de Valeria.
Una competencia que, por ahora, sentía que estaba perdiendo.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy