Al día siguiente, el ambiente en el piso ejecutivo del Consorcio Alcázar era casi festivo.
Valeria Campos caminaba por los pasillos como si fuera la dueña del lugar. Los directivos la saludaban con una deferencia que normalmente se reservaba para la familia del CEO.
Reía, aceptaba cumplidos sobre su "visión" para la nueva campaña de marketing y daba órdenes sutiles que nadie se atrevía a cuestionar.
Desde la puerta de su oficina en Axon AI, Camila observó la escena. Valeria era el sol y todos los demás eran planetas girando a su alrededor.
Camila simplemente cerró la puerta y subió el volumen de la música en sus auriculares.
El trabajo era su refugio. Los datos no mentían, los algoritmos no traicionaban.
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, su teléfono vibró. Era un mensaje de su mejor amiga, Carla.
"Cami, SOS. Celebrando demasiado el fin de un proyecto. Necesito extracción. Estoy en La Única."
Una sonrisa cansada se dibujó en el rostro de Camila. Carla y sus celebraciones.
"Voy para allá", respondió.
El restaurante en Polanco bullía de gente. Encontró a Carla en la barra, con la cabeza apoyada en sus brazos, claramente pasada de copas.
—Listo, Ceniciena. Se acabó el baile —dijo Camila, ayudándola a levantarse.
—¡Mi salvadora! —balbuceó Carla, abrazándola—. Te quiero, ¿sabes? Eres la mejor.
Mientras ayudaba a su amiga a caminar hacia la salida, una risa infantil flotando desde el patio interior del restaurante la detuvo en seco.
Conocía esa risa.
Su corazón se encogió.
—Carla, espérame aquí un segundo. No te muevas.
Dejó a su amiga apoyada contra una columna y, movida por un impulso que no pudo controlar, se asomó discretamente hacia el patio.
Y entonces los vio.
En la mejor mesa, bajo una cascada de luces cálidas, estaba Alejandro. A su lado, radiante, estaba Valeria.
La escena era perfecta. Íntima. Familiar.
En ese momento, la última y delgada hebra de esperanza que quedaba en el corazón de Camila, una esperanza que ni siquiera sabía que albergaba, se rompió.
Se dio cuenta de que no solo había perdido a su marido.
También había perdido a su hija.
Se dio la vuelta lentamente, el ruido de la fiesta desvaneciéndose en un zumbido sordo.
Regresó a donde estaba Carla.
—¿Todo bien, Cami? Parecía que habías visto un fantasma.
Camila forzó una sonrisa.
—No es nada. Vámonos de aquí.
Puso el brazo de Carla sobre sus hombros y la guio hacia la salida.

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