El flujo de invitados se detuvo por completo.
El vasto salón del Marquis, diseñado para albergar a cientos, ahora se sentía como un desierto. Solo quedaban un puñado de familiares cercanos y amigos leales, sus voces perdidas en el eco del espacio vacío.
La orquesta, contratada para tocar toda la noche, seguía interpretando valses para sillas vacías. Los meseros se movían en silencio, rellenando copas que nadie bebía.
La humillación era un manto pesado y sofocante.
Camila miró a su abuela. Doña Inés, sin embargo, parecía no notar la desolación. O si lo hacía, no lo demostraba.
Se levantó de su asiento, su postura erguida y llena de una gracia inquebrantable.
—Bueno —dijo, su voz clara resonando en el silencio—. Parece que esta noche tendremos una celebración más íntima. ¡Mejor para nosotros! Más pastel para repartir.
Caminó entre las pocas mesas ocupadas, platicando con sus sobrinos, riendo con sus primos, ignorando por completo el mar de mesas vacías que los rodeaban. Su dignidad era un escudo que protegía a toda la familia.
Camila sintió una oleada de admiración y un nudo en la garganta.
David Romero, que había permanecido en silencio a su lado, se inclinó hacia ella.
—Tu abuela es una mujer increíble.
—Lo es —susurró Camila.
David la miró, sus ojos serios.
—Esto no puede quedarse así. La familia Campos ha cruzado una línea.
Sacó su teléfono discretamente.
—Permíteme un momento.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy