El sol de la tarde golpeaba con fuerza el asfalto de la pista de pruebas de Zenith Dynamics. Un grupo de ingenieros y ejecutivos esperaba bajo un toldo, bebiendo agua embotellada y mirando sus relojes con impaciencia.
El prototipo del sistema "Quasar", instalado en un sedán de lujo, estaba listo en la línea de salida.
Camila y David Romero estaban entre ellos. Llevaban esperando más de media hora.
—¿Dónde está Alcázar? —masculló David, molesto—. La prueba estaba programada para las tres en punto.
—Probablemente esté en una llamada importante —dijo uno de los ingenieros de Zenith, aunque su tono carecía de convicción.
Justo en ese momento, un deportivo convertible entró a toda velocidad en el área de pruebas y frenó bruscamente a pocos metros del grupo.
Alejandro bajó del asiento del conductor, impecable con sus gafas de sol de diseñador. Del asiento del copiloto, bajó Valeria, sonriendo.
—Lamento la demora —dijo Alejandro, sin sonar en lo más mínimo arrepentido—. Tuvimos que atender un asunto urgente.
Nadie se atrevió a decir nada.
Alejandro se acercó al vehículo de pruebas, con Valeria a su lado.
—Bien, ¿está todo listo? —preguntó al ingeniero jefe.
—Sí, señor. El sistema está calibrado y listo para la prueba en circuito.
—Perfecto. Valeria, ¿quieres hacer los honores? —dijo Alejandro, abriéndole la puerta del conductor.
Un murmullo de sorpresa recorrió al equipo. La prueba debía ser realizada por un piloto profesional certificado.
—Ale, no estoy segura... —dijo Valeria con una falsa modestia.
—Tonterías. Eres la mejor piloto que conozco. Además, tu perspectiva será invaluable.
Se giró hacia el ingeniero jefe.
—La señorita Campos conducirá. Yo iré de copiloto para monitorear los datos.
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