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La Genio Anónima: Mi Esposo Firmó el Divorcio Sin Saber Quién Soy romance Capítulo 82

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Carla, mientras detenía su auto frente al ostentoso arco de entrada de "Residencial Cumbres de Vistamar".

—Solo quiero ver qué tan malo es —respondió Camila, su voz era un murmullo tenso.

Carla la había llamado esa mañana, insistiendo en que necesitaba un descanso del trabajo. La llevó a ver un nuevo desarrollo inmobiliario de ultra lujo, un proyecto del que todo el mundo hablaba.

Mientras caminaban por la oficina de ventas, una maqueta arquitectónica del tamaño de una mesa de billar, Camila escuchó una voz familiar y odiosa.

En el salón VIP, Alejandro estaba sentado en un sofá de cuero blanco. Frente a él, Valeria y su madre, la señora Campos, sonreían extasiadas mientras un vendedor les mostraba un catálogo.

—...y esta villa, la número ocho, es la joya de la corona. Seis mil metros cuadrados, vista panorámica al mar y acabados importados de Italia. Su valor es de seiscientos millones de pesos.

—Es perfecta, Ale. A mamá le encantará —dijo Valeria, apoyando la cabeza en el hombro de Alejandro.

Él le sonrió, una sonrisa de pura indulgencia.

—Si a tu madre le gusta, entonces es suya.

Sacó una pluma de su saco y firmó el contrato que el vendedor le tendió, sin siquiera mirar el precio.

Camila se quedó paralizada detrás de una columna, la sangre helándose en sus venas. Seiscientos millones. Una cantidad de dinero que cambiaba vidas, regalada como si fuera un dulce. Un gesto para consolar a la madre de su amante.

El recuerdo de su propio tío, luchando por conseguir una fracción de esa cantidad para salvar su empresa, la golpeó con la fuerza de un puñetazo.

—Vámonos —le susurró a Carla, tirando de su brazo.

Salieron de allí sin ser vistas. El viaje de vuelta fue un borrón. La ira y el dolor luchaban en su interior, dejándola exhausta.

Cuando llegó a su apartamento, se arrojó sobre el sofá. El teléfono sonó. Era Alejandro.

Rechazó la llamada sin pensarlo.

La miró fijamente, su expresión era seria.

—Isabel.

La niña se sorprendió por su tono.

—Tu mamá tiene su propio trabajo y su propia vida. No puede estar disponible para ti cada vez que chasqueas los dedos. El mundo no gira a tu alrededor.

Isa se quedó con la boca abierta, las lágrimas congeladas en sus mejillas. Nunca le había hablado así.

—Ella te quiere mucho —continuó Alejandro, su voz un poco más suave—. Pero tienes que aprender a respetar su tiempo. ¿Entendido?

La niña asintió lentamente, demasiado sorprendida para discutir.

Alejandro se recostó en su sillón, el teléfono todavía en su mano. Una sensación de inquietud que no podía nombrar se instaló en su pecho.

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