La reunión con las altas esferas del gobierno dejó a Camila mentalmente exhausta.
Esa noche, en lugar de volver a su apartamento, condujo hacia las afueras de la ciudad, hacia las montañas boscosas que rodeaban el valle. Necesitaba silencio. Necesitaba naturaleza.
Había empacado una pequeña tienda de acampar y un saco de dormir. Pasó la noche bajo las estrellas, con el único sonido del viento susurrando entre los pinos. Fue la primera noche en años que no soñó con Alejandro ni con Valeria.
Regresó a la mansión Alcázar a la mañana siguiente para recoger a Isa y llevarla a la escuela. El cansancio se reflejaba en sus ojos, pero había una serenidad en su rostro que no estaba allí antes.
Alejandro estaba en el comedor, bebiendo su café. Levantó la vista cuando ella entró. Su mirada recorrió su rostro, notando las sutiles ojeras y el cabello ligeramente revuelto.
—Pareces cansada —dijo.
No era una crítica. Era una simple observación, desprovista de su habitual filo helado.
—No dormí mucho —respondió Camila, sirviéndose un vaso de jugo.
—¿El trabajo te está sobrecargando? —preguntó él.
Camila se sorprendió por la pregunta. Por la insinuación de interés.
—No. Fui a acampar.
Alejandro arqueó una ceja, una genuina sorpresa cruzando su rostro.
—¿A acampar? ¿Tú?
Antes de que pudiera responder, Isa bajó corriendo las escaleras, ya vestida con el uniforme.
—¡Mami! ¿Dónde estabas? ¡Ayer no dormiste aquí!
—Fui a las montañas, mi amor. A ver las estrellas.
La cara de Isa se contrajo al instante. La decepción se transformó en ira.
—¡¿Fuiste a acampar sin mí?!
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