Camila sostuvo la pesada carpeta de cuero, el frío del material se filtraba a través de sus dedos.
El shock inicial se disipó tan rápido como llegó, reemplazado por una calma glacial, casi antinatural.
Miró las páginas, sus ojos escaneando rápidamente las cláusulas. Las cifras eran astronómicas. Le estaba dando una porción significativa de su fortuna personal, varias propiedades de lujo, acciones del consorcio. Era una compensación tan generosa que bordeaba lo absurdo.
Era el precio de su culpa. El precio de la libertad para estar con Valeria.
Luego llegó a la cláusula que importaba.
"La custodia total y permanente de la menor, Isabel Alcázar, será otorgada al padre, Alejandro Alcázar".
Levantó la vista. Alejandro la observaba, esperando una reacción. Esperaba lágrimas, gritos, una súplica desesperada. Esperaba que luchara por su hija, que se aferrara a la última conexión que los unía.
Santiago Herrera también la miraba, su expresión era una mezcla de lástima y tensa expectación.
Camila cerró la carpeta con un suave chasquido que resonó en el silencio de la biblioteca.
—De acuerdo —dijo, su voz era tan tranquila como un lago helado.
La simple palabra los descolocó a ambos.
—¿"De acuerdo"? —repitió Alejandro, frunciendo el ceño, incapaz de ocultar su desconcierto—. ¿Ni siquiera vas a leerlo por completo?
—He visto lo suficiente —respondió Camila—. Los términos financieros son... más que generosos. Y la custodia es lo que siempre has querido. No tengo objeciones.
El silencio que siguió fue aún más pesado que antes. Alejandro y Santiago intercambiaron una mirada de pura incredulidad.
Esta no era la reacción que habían anticipado. No había rastro de la esposa despechada o de la madre con el corazón roto. Frente a ellos había una mujer de negocios evaluando un contrato.
—¿No vas a... luchar por Isa? —preguntó Santiago, su curiosidad superando su discreción.
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